domingo, 18 de mayo de 2008

El cuerpo y sus vicisitudes (2a. parte)

III.
Sexualidad y muerte; pulsión y libido; satisfacían, goce. Todos términos íntimamente ligados a lo que del cuerpo, siguiendo a Freud y a Lacan, podemos pensar en psicoanálisis. El cuerpo en psicoanálisis es fragmentario porque deviene de estos conceptos fundamentales. Si para su constitución el cuerpo requiere de la imagen del cuerpo del otro en la operación de completamiento imaginario anticipado que Lacan describe como estadio del espejo es porque el destino del cuerpo es fragmentario, esto es que esa imagen del cuerpo está marcada por las lí­neas de fractura que, tras el velo platinado que las cubre, evocan lo imposible de la unidad, lo imposible del retorno, dado que, para consti­tuirse de ese modo, algo ha debido perderse, algo cae fuera. A partir de esa pérdida habrá cuerpo, que ya nunca será propio.
Porque el cuerpo, entonces, no es el orga­nismo, el cuerpo falla en la relación sexual, o mejor dicho, repite la ausencia de relación sexual. Los organismos, macho y hembra, podrían haber sido hechos el uno para el otro, perfecta­mente complementarios y fusionables, como quería Aristófanes. La sabia Madre Naturaleza (como quieren los científicos del sabio positivismo) habría hecho a hombre y mujer perfectamente acoplables. Pero el organismo falta a la cita porque es a través del cuerpo -y solamente así- que los parlantes accedemos a la imposibilidad de esa relación
[1].
El cuerpo, en este sentido, es in-orgánico; el órgano que le falta, y que por eso hace que el cuerpo tome cuerpo, es lo que Lacan, en su propio mito, bautiza como laminilla, designando así a la libido en tanto órganon de la pulsión.

El cuerpo no es un Grundbegrieff, un concepto fundamental del psicoanálisis. Es un problema.
El cuerpo es un palimpsesto, una superpo­sición de capas de escritura que, en ciertos lugares, se hacen visibles como imagen del cuerpo. El resto, lo no visible, lo que no se ofrece a la mirada, es el resto de escritura que permanece mudo: silencio de la vida, pulsión parcial, pulsión de muerte. El mito de la laminilla se inserta en esta mudez.
En “Posición del inconciente”, Lacan, luego de haber planteado los dos movimientos de pro­ducción del sujeto (alienación separación), dice: "En cuanto a la sexualidad que podría re­cordársenos que es la fuerza con que tenemos que vérnoslas (...) Vamos a tratar de aportarle algo más nuevo, al recurrir a una forma que Freud mismo en este asunto nunca pretendió reba­sar: la del mito."
Esta forma es usada argumentativamente por Lacan para tratar de dar "una articulación sim­bólica más que una imagen" a "la relación, en la que el sujeto toma su parte, de la sexualidad, especificada en el individuo, con su muerte."
¿Por qué Lacan hace uso del mito aquí, "en su judo con la verdad", si, según sus propias palabras, es una forma que siempre ha evitado utilizar? Podemos citar a J. B. Ritvo: "El relato mítico tiene una virtud eminente que es su poder de sugerir en y a través de las secuencias que resueltas se encadenan, aquello que ni se resuelve ni se encadena, aquello que es un límite y un punto de detención..., una fuente de enlaces y consonancias que se entrelazan en ningún lugar". Y luego agrega: "El mito no se opone al concepto: lo suplementa y al hacerlo permite que no se cierre sobre sí perdiendo la dimensión de la carencia de marca"
[2]. El cuerpo participa de lo mítico, tomando al mito como posibilidad de narrar épicamente el retorno de un límite imposible[3].
Lacan va a plantear este mito apadrinán­dose en el que Platón le hace decir a Aristófanes en el ámbito de un symposium en el que Eros da que hablar
[4]. Ahí habla Aristófanes de ese "animal primitivo de dos es­paldas en el que se sueldan unas mitades tan firmes al unirse como las de una esfera de Magdeburgo". Forma esférica compuesta por mita­des complementarias que tienden naturalmente la una hacia la otra, buscando restablecer un es­tado anterior. Esto último es lo que Freud en­fatiza al citar este mito como ilustración de sus especulaciones acerca de la pulsión de muerte: el retorno a un estado anterior, reencontrable en la fusión eró­tica[5]
Lacan equipara esta esfera al huevo y, en una maniobra de clara inspiración topológica, produce un desgarro sobre ella. Lo que obtiene es una superficie ultraplana que, en principio, llamar la hommelette y de la cual dirá que es "el fantasma (...) de una forma infinitamente más primaria de la vida". Además de ultraplana, le atribuye ser "omnisciente, por ser llevada por el puro instinto de vida" e "inmortal, por ser escisípara".
Se rompe el huevo para hacer la tortilla, y así "se hace al Hombre (Homme), pero también la Hommelette". Algo, dice Lacan, se escapa en el momento del parto y se pierde para el vi­viente. Eso, que corretea y es intranquilizador ("a nadie le gustaría que eso venga a envolverle el rostro mientras duerme"), eso que se guía por lo "real puro" por lo cual no reconoce obstácu­los, aparece como imposible de educar o de po­nerle trampas.
Este mito "nos presenta la libido como lo que es, o sea un órgano (...) Este órgano debe llamarse irreal, en el sentido en que lo irreal no es lo imaginario y precede a lo subjetivo condicionándolo, por estar enchufado directa­mente en lo real". Y esta libido "en tanto que puro instinto de vida irreprimible, de vida in­mortal (...) es lo sustraído al ser vivo desde que está sometido al ciclo de la reproducción sexuada".
El viviente (ser viviente, no sujeto) pierde la inmortalidad al estar sometido a la sexuación. Pero, agrega Lacan, el ser irreal, no le impide a este órgano encarnarse, estar en relación con el verdadero órgano. Es ahí donde "se decide la función de ciertos objetos", que Lacan escribe como a.
"La libido es esa laminilla que desliza el ser del organismo hasta su verdadero límite, que va más allá que el del cuerpo (...) El sujeto hablante tiene el privilegio de revelar el sen­tido mortífero de ese órgano, y por ello su re­lación con la sexualidad. Esto porque el signi­ficante como tal, al tachar al sujeto de buenas a primeras, ha hecho entrar en él el sentido de la muerte. Por esto ... toda pulsión es vir­tualmente pulsión de muerte."
[6]
Este "órgano de lo incorporal" se encarna haciendo cuerpo de la carne, mediante el Verbo. Eso inexistente que se pierde es el cuerpo quien lo recuerda, cuerpo que deber entonces extra­ñarse en el espejo, haciendo impura la ausencia.
En este sentido es que decíamos que el cuerpo es in-orgánico; el órgano que le falta (la laminilla, la libido, el goce) hace que el cuerpo sea cuerpo. La pulsión, pulsión parcial, pulsión de muerte, busca retornar a este in-or­gánico. Recortando al cuerpo busca el órgano perdido, por definición inhallable.
Cuerpo y organismo quedan escindidos. El cuerpo queda entonces como el lugar equívoco de un acontecimiento anticipado e imposible: el rencuentro con lo real de la vida, con el goce de la vida. Aún en el instante de la muerte la llegada es a destiempo. No porque haya un cuerpo que perezca y un alma que trascienda sino porque la disyunción cuerpo-goce (tal como la plantea Lacan en “La lógica del fantasma”) está marcada a fuego como condición y como causa. Como dice M. Blanchot, no hay posibilidad de mo­rir en "el momento justo", porque "lo propio de la muerte es su injusticia, su falta de preci­sión"
[7]. El cuerpo no es lo mortal sino que está marcado por este "ser mortífero". Pierde la inmortalidad, aunque no por ello gana la muerte. No hay certeza de la muerte como no hay certeza del cuerpo que siempre, al intentar apropiárnoslo, queda un paso más allá , siempre como monumento evocador de la imposible conjun­ción de significante y sexualidad.



IV.
Entonces ,que "lo Icc es el auténtico me­diador entre lo psíquico y lo somático" implica que esta mediación no reúne sino que media desde un lu­gar de ex-centricidad.
Que la laminilla se encarne implica, pre­viamente, posibilidad de metáfora. Si no hay metáfora que encadene al goce en su vacío el cuerpo no dejar de ser organismo, pero entonces tampoco habrá sujeto posible sino "ser vi­viente".
La distinción entre alma y cuerpo, que Freud defiende a rajatabla ante el monista Grod­deck, retorna al plantear la cuestión del lla­mado fenómeno psicosomático
[8]. Rescatar este dua­lismo no es más que sostener a lo Icc como la hiancia lógicamente necesaria entre cuerpo y goce, única posibilidad de leer, en psicoanálisis, lo que del cuerpo comporta como "rechazo del goce, para que pueda ser alcanzado en la es­cala invertida de la Ley del deseo"[9].
El cuerpo se extraña en el espejo, y el goce que el sujeto extraña es lo que ahí no se refleja. Imposibilidad del cuerpo, tan clara como la imposibilidad de agotar una metáfora.

Leonardo Leibson

Notas:
[1] "El cuerpo no escribe prosa, desconoce la cópula que se refugia en el lenguaje, practica el verbo como pasaje del sujeto a su división en el goce". S. Glasman, op cit.
[2] J. B .Ritvo, Mito, paternidad y metapsicología, en Rev. Conjetural no 12, Ed,. Sitio, Bs. As., abril de 1987.
[3] J. B. Ritvo, Mito, castración y goce, en Rev. Conjetural no 15, Ed. Sitio, Bs. As., abril de 1988.
[4] Platón, El banquete, Edim‚, Madrid, págs. 32 y ss.
[5] No necesariamente de los sexos macho-hembra, por­que Aristófanes se encarga de aclarar que podría haber esta tendencia erótica al reencuentro también entre dos mitades macho o dos mitades hembras; pero queda de todos modos afirmada la idea de dos mitades complementarias que podrían reunirse, lográndolo por el amor. Quizás sea más interesante la versión judía del mito: "Adán fue creado originalmente de un cuerpo masculino y otro femenino unidos por la espalda (...) Dios dividió al andrógino y dio a cada mitad una nueva parte trasera. A esos seres separados los puso en Edén, prohibiéndoles que se unieran". ("Los mitos hebreos", de R. Graves y J. Patai, citado en Rev. Uruguaya de psicoanálisis, no 61, p g. 55. El subrayado es mío.)
[6] Cf. Posición del inconciente, Escritos 2, Siglo XXI, México 1980, pp. 380 y ss. También Lacan re­toma el mito de la laminilla en el Seminario XI, Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis, Buenos Aires, Paidós, ........., especialmente en la sesión del 20-5-64 (pág...........).
[7] Cf. M. Blanchot, El espacio literario, Ed. Paidós, pág. 107.
[8] El sujeto no podrá ya apropiarse de la muerte, aunque a veces lo intente a través de su cuerpo. Quizás podríamos ubicar aquí al llamado "psicosomático", que cree estar siempre más acá de la muerte y por eso la busca como se busca en el amor: dando lo que no tiene, dando su organismo. Ese organismo que no tiene, en tanto es parlante, pero que parece tener, aunque bajo una forma diversa al cuerpo: la del cadáver. Cadáver insepulto del fenómeno psicosomático: lo lesional, la necrosis, la muerte amputante. ¿Cómo ubicar este cadáver en relación al cuerpo? Si el cuerpo es metáfora (intersección de lo simbólico y lo imaginario) el cadáver es retorno desde lo real de lo que no pudo metaforizarse. Tal vez es por eso que el "psicosomático" habla de el organismo y no de su cuerpo. Parafraseando a Lacan podríamos decir que el "psicosomático" es un "sin-cuerpo": la no puesta en juego de ciertos significantes hace que el cuerpo como metáfora, sustitución de esa pérdida, no se constituya como tal.
Muchos intentos de abordar al "psicosomático" recaen en la vía de la analogía, compuesta por cuatro términos homogéneos y proporcionales. La experiencia muestra que si de algo padece el "psicosomático" es de proporcionalidad. Quizás se trata de restablecer una improporción, por la vía de la metáfora, para que el "psicosomático" pueda hacer cuerpo, y perderlo. Si no, lo que encuentra es el cadáver. ¿Será entonces el jeroglífico psicosomático un intento fallido de reencontrar el deseo por la vía de la cadaverización parcial del cuerpo?
[9] Subversión del sujeto..., pág. 338

1 comentario:

normizen dijo...

Hola, quisiera preguntarte algo sobre la bibliografia: para abordar el tema de la angustia, podría comenzar x el libro de J A Miller La Angustia lacaniana o tendría que ver primero el seminario? Estas son mis primeras lecturas en psicoanálisis y me cuesta un poco encontrar el camino...
Gracias, Norma Mastronardi