lunes, 15 de junio de 2009

EL CUERPO FICCIONAL


"Si no podemos ver claro, al menos veamos mejor las oscuridades"
S. Freud


1. En los límites de la nosología

Existe una discusión, actual y no agotada, acerca del valor y la función de la nosología en la práctica analítica. Aún así, son de uso habitual las categorías diagnósticas basadas en las diferencias estructurales que Freud señalara y Lacan formulara. Neurosis, perversión y psicosis se plantean como tres estructuras, discontinuas, fundamentales y excluyentes.
Pero es habitual que nos veamos confrontados a ciertos "fenómenos" que resultan difíciles de ubicar. No porque nos falten nombres para ponerles - hay numerosas grillas psico-patológicas donde ir a buscar; lo problemático es situar la dificultad que se suscita. Dificultad que deriva, en parte, de entender la nosología como un universo de discurso donde todo debería tener cabida y cobrar sentido y, por otra parte, del hecho de encontrar en el marco de aquellas estructuras ciertos fenómenos que desbordan la definición. Siendo éste no sólo un problema de clasificaciones - siempre más o menos arbitrarias, trátese del DSM IV o de la borgeana "Enciclopedia China" - sino de algo que interroga nuestro lugar de analistas.

Me refiero a ciertos "cuadros clínicos" que se presentan con más sombras que luces.
Forman parte de un grupo de problemas clínicos "actuales": el llamado fenómeno psicosomático, la anorexia, la bulimia, las adicciones, las llamadas "locuras", etc. Cuadros clínicos que no se adaptan al dispositivo analítico tal como fuera establecido en relación a la neurosis. Cuadros clínicos donde la asociación libre aparece impedida.
Afecciones que de una u otra manera atañen algo del cuerpo, que parecen no tener palabras y que se manifiestan respetuosas de la anatomía y la fisiología a diferencia de las conversiones histéricas. Afec­ciones que, en rigor, cabría preguntarse si son del cuerpo en tanto cuerpo erógeno, o del soma - lo orgánico; estas afecciones se presentan como "extraños en el cuerpo", por fuera de la imagen; más precisamente, como cadáveres insepultos en el terreno del cuerpo (se ahí lo de soma, término con el que los antiguos griegos designaban el cadáver, los restos mortales).
Afecciones que no aparecen para quien se ve afectado como interrogantes sino como sig­nos que lo representan para un profesional; no hay implicación del sujeto en eso que le pasa. Por lo tanto, ese fenómeno aparece como desconectado de toda red asociativa, resistente a toda dia­léctica [1]. Afecciones que no son tocadas por la interpretación analí­tica porque no tienen estruc­tura de metáfora - aunque puedan muchas veces verse ahí, rea­lizadas, maravillosas analogías.


2. Un problema clásicamente actual

Estas afecciones se caracterizan también porque se torna altamente problemático la apertura de un tiempo para com­prender. El motivo de consulta participa de la lógica del ins­tante de la mirada: todo está a la vista, se sabe al instante de qué se trata. El sujeto que ahí se estructura es el sujeto del im­personal "se" (se sabe, se sufre, etc.).
Entre otras cosas, se dice que estos pacientes no esta­blecen transferencia, al menos no con un analista, al menos no de entrada. Reencontramos aquí algo que Lacan decía de los psicóticos: son aquellos que no concurren a consultar a un analista. Porque no hay llamado a un sujeto supuesto sa­ber, dado que ya hay un saber que no está en disyunción con la verdad (el saber médico, el saber de la droga, el saber de la alucinación o del delirio). Por eso, no hay pregunta, o mejor dicho la pregunta está trastrocada. Ph. Julien tiene lo dice de una manera que me parece que señala con notable claridad el problema de la pregunta:

"El malestar proviene del desafío que hoy le plantean al hombre el nacimiento y el desarrollo irreversible de la civilización científica...
"Este discurso técnico-científico ordena un universo abstracto en donde el sujeto se olvida de sí mismo y pierde el sentido particular de su existencia y de su muerte. El interrogante fundamental acerca de "¿qué soy yo, entonces?" es reemplazado por la preocupación del "¿cómo hacer esto?"[2].

Esto concuerda con una descripción que ya es clásica: el paciente llega, la mayor parte de las veces derivado o impulsado por su médico, cuenta su enfermedad, los estudios que le han realizado, los diagnósticos que le han hecho, en una declaración que es más un informe que un relato, informe de da­tos objetivos, compro­bables, irrebatibles; y culminan di­ciendo: "mi médico me dice que esto que tengo (no dice: esto que me pasa) es "psicosomático", por eso vengo. Ahora, dígame usted qué hago para curarme". Si se intenta plantear algo del orden de la asociación libre, la respuesta habitual es: "nada, no se me ocurre nada". Si se preten­diera hacer una interpretación, medida y reflexivamente, lo más posible es que la respuesta sea la indiferencia más abso­luta.

Nos interesa plantear un problema que, más allá de la nosología, es un problema ético: ¿Cómo puede ubicarse un analista ante estos cuadros en lo que todo está a la vista, en los que no hay formaciones del inconciente, en los que no hay síntoma en el sentido analítico del término? Freud afirmaba que las neurosis actuales y las neurosis narcisistas no eran accesibles para el tratamiento analí­tico, aunque podían ser objeto de estudio. Si bien esas de­signaciones freudianas no recubren completamente los cuadros que mencionamos, se aproximan lo suficiente como para que interroguemos nuestra posición frente a ellos.
Porque, por otra parte, la "literatura" analítica pre­senta muchos de estos casos en los que se pro­ducen "curacio­nes", parciales o totales, muchas de las cuales podrían ser calificadas de milagrosas.
Pero este no debería ser un argumento suficiente, dado que las medicinas llamadas alternativas tam­bién pueden mostrar nume­rosos ejemplos de su eficacia terapéutica. Los shama­nes, por dar un nombre genérico, curan; los analistas tam­bién cu­ran; hasta los mismos médicos pueden llegar a ostentar sus casos curados. Entonces, dos pregun­tas: ¿qué es lo que opera ahí? y ¿cuáles son las diferencias entre estas "curas", suponiendo que las haya?
Para no recaer en la peligrosa ingenuidad de recetas mi­lagrosas, o en generalizaciones apresuradas, intentemos dar algunos rodeos que nos permitan plantear direccio­nes de trabajo.


3. El cuerpo de la ficción

Seguramente, las dificultades que se presentan en los inicios de cualquier análisis no son del todo ajenas a lo que venimos planteando. Pero creemos que una diferencia interesante la establece lo presente del cuerpo-organismo y su característica de urgencia.
A modo de metáfora (pero no tanto) o de paradoja, podemos plantear que el que se produce en estas situaciones clínicas es un dis­curso acerca del cuerpo pero sin cuerpo. Es un discurso frío, homogéneo, objetivado y objetivante, sin implicación subjetiva (sin afánisis subjetiva). No hay enigma: lo que es, es; lo que no es, no es. Es un discurrir de datos sobre un cuerpo que, como tal, no tiene cuerpo, no tiene relieve, no tiene carne ni sangre, sino que es un conglomerado de datos numéricos o gráficos, de cálculos probabilísticos, de signos indiscutibles. No suele aparecer nada del orden del "me parece que...". Es un discurso in-diferente y pragmático que no remite más que a sí mismo. Y a veces, ni siquiera es un discurso sino una mera sucesión de datos que no hacen serie. Si Lacan compara la estructura del discurso a una escritura musical polifónica, pentagramática, de varias líneas, en estas situaciones nos sentimos muchas veces entre la monodia y una secuencia inorgánica de ruidos.


Intentando seguir la vía de la pregunta por el qué, tomaré como ejemplar un relato clínico en el cual se presentan, llevadas al extremo, estas características. Me parece que, más allá de las cuestiones y seudo-cuestiones diagnósticas, puede enseñarnos algo. No tanto acerca de la psicopatología sino de la posición del analista.
Melanie Klein, en su texto "La importancia de la formación de símbolos en el desarrollo del yo" (1930) [3], nos relata el caso de Dick: "un niño de cuatro años que por la pobreza de su voca­bulario y desarrollo intelectual estaba al nivel de un niño de 15 o 18 meses." M. Klein cuenta con detalles su experiencia con ese niño "empobrecido":

"...me siguió al consultorio con absoluta indiferen­cia,... como si yo fuera un mueble más ... El comportamiento de Dick carecía de sentido y propósito, y no tenía relación con ningún afecto o angustia".
(...)
"El niño era indiferente a la mayor parte de los objetos y juguetes que veía a su alrededor... Pero le interesaban los trenes y las estaciones, y también las puertas, los pi­caportes y abrir y cerrar puertas."
"El interés hacia esos objetos y acciones tenía un ori­gen común: se relacionaba en realidad con la penetración del pene en el cuerpo materno.
"Su falta de interés...era el resultado de su falta de relación simbólica con las cosas ... El análisis tuvo, pues, que comenzar con esto, el obstáculo fundamental para esta­blecer un contacto con él."

Es ante esta dificultad que M. Klein, con toda convicción, le lanza a Dick sus "interpretaciones": "Tren Papá, Tren Dick... : "La estación es mamita; Dick está entrando en mamita", etc. (pp.214 y ss.)
A partir de estas intervenciones, Dick deja de ser in-di­ferente. Se angustia, llama a su niñera. Poco más adelante, empieza a tener en cuenta a su analista. El mueble Klein se convierte en al­guien con quien se puede jugar.
Las reflexiones de M. Klein son igualmente interesantes, dado que orillan la confesión:

"...en el caso de Dick he mo­dificado mi técnica habitual. En general no interpreto el material hasta tanto éste no ha sido expresado a través de varias representaciones pero en este caso, en que la capaci­dad por medio de representaciones casi no existía, me vi obligada a interpretar en base a mis conocimientos generales."

Pero, ¿podemos llamar interpretaciones a esta modalidad de intervención que abre el camino para el establecimiento de la transferencia? [4]. La conclusión de Klein es interesante:
"En el análisis de este niño, que era abso­lutamente incapaz de hacerse inteligible y cuyo yo no era accesible a ninguna influencia, lo único que se podía hacer era tratar de llegar hasta su inconciente, y disminuyendo las dificultades inconcientes, abrir camino para el desarro­llo del yo. ... en este caso se logró hacer evolucionar a la vez al yo y a la libido, sólo por el análisis de los con­flictos inconcientes, y sin que fuese necesario imponer al yo ninguna influencia educacional." (El subrayado me per­tenece).
Suponer un inconciente, que implica un saber no sabido, allí donde no parece haber ningún indicio de éste está lejos de ser una trivialidad. Tampoco es un recurso técnico, aunque sea el fundamento de cualquier "técnica" en la práctica psicoanalítica. Más bien nos enseña acerca de lo que es la posición del analista, en tanto "el analista forma parte del concepto de inconciente" (J. Lacan). Posición de "docta ignorancia", incompatible con cualquier atadura a cualesquiera "técnica", habitual o no.

J. Lacan, en el Seminario "Los escritos técni­cos de Freud", comenta este modo de intervención:
"¡Hay que ver con que brutalidad Melanie Klein le enchufa al pequeño Dick el simbolismo! ...de entrada... Le suelta una verbali­zación brutal del mito edípico, casi tan escandalosa para nosotros como para cualquier lector: tú eres el pequeño tren, quieres cogerte a tu madre."
"Esta manera de actuar evidentemente se presta a polémi­cas teóricas que no pueden disociarse del diagnóstico del caso. Pero después de esta intervención indudablemente algo sucede. Todo radica allí."
"Melanie Klein, con ese instinto de bruto que le permitió alcanzar, por otro lado, una suma de conocimientos hasta en­tonces impenetrable, se atreve a hablarle: hablar a un ser que, sin embargo, se deja aprehender como alguien que, en el sentido simbólico del término, no responde. Está allí como si ella no existiese, como si ella fuese un mueble. Y, sin embargo, ella le habla. Ella literalmente da nombre a aque­llo que, sin duda, participa efectivamente del símbolo pues puede ser inmediatamente nombrado, pero que hasta entonces no era para ese sujeto, más que una realidad pura y simple."
"...¿Cómo es posible que el desarrollo del ego vuelva a abrir las puertas de la realidad? ¿Cuál es la función pro­pia de la interpretación kleiniana, cuyas características son las de una intrusión, un enchapado del sujeto?"
...¨¿no es precisamente en la medida en que, digamos, Melanie Klein habla, que algo sucede? " (Los subrayados me pertenecen).

Que M. Klein le hable, pone en juego toda una serie de elementos. Por empezar, una creencia firme en lo que está diciendo, avalada por la teoría psicoanalítica pero más aún una creencia en el inconciente, que no es sólo teórica sino efecto de cierta experiencia - "el análisis es la experiencia del inconciente", decía Massotta. Por otra parte, la creencia en el poder estructurante del mito que allí se enuncia, la potencia estructurante de la articulación significante bajo la figuración del juego. Finalmente, cierta transferencia que se plante, que en este caso es claramente una transferencia de M. Klein a Dick: M. Klein le supone al juego de este niño "pobre" un cierto saber y supone también un sujeto para este saber, un sujeto que podrá salir de su indiferencia si ella se dirige a él, si le habla no acerca de su juego sino metiéndose en el juego con su palabra.

4. La ficción como suplemento

Entonces, podemos distinguir dos niveles en esta intervención: a) el contenido (el saber supuesto por la teoría), y b) el acto de hablarle, de dirigirse a este niño para con­tarle una historia tan espantosa como verosímil.
Podríamos decir que se trata de darle cuerpo a una ficción que permita construir lo ficcional de un cuerpo. No por el lado de poner un sentido o varios (el paciente muchas veces llega saturado de sentidos y de proporciones) sino de posibilitar que un discurso con cuerpo se construya. Construcción para la cual se requiere que algo quede en falta. Esto apunta a un más allá del sentido aunque tenga la apariencia de aportarlo. En todo caso lo que se puede aportar es algo del orden del mito, en tanto no unívoco y, a la vez, matriz de una posibi­lidad de historizar. El "enchapado" (que es simbólico, pero también imaginario) no es para taponar una falta (dado que la falta es a producir en el acto mismo) ni para "sostener" (en cierto sentido, no hubo caída, no hubo recorte) ni para re­parar (no se puede rellenar un agujero de la realidad con palabras) sino para hacer un cuadro, para abrir un juego, instituir un escenario que no importa en absoluto que sea verdadero sino que sea verosímil [5]
Si como describíamos al comienzo, no es cuestión de comprender y no hay posibilidad de asociar, no hay lugar para la interpretación, entonces se trata de ficcionalizar.
La ficción opera como una discontinuidad, como un inter­valo en la sucesión indefinida, un punto vacío que hace al establecimiento de un límite posibilitador. La ficción se sustrae de la omnisciencia del Otro, ubicando la intervención del analista algo de la mirada y de la voz, en tanto objetos, bajo una forma velada. Correlativamente, introduce una dimensión temporal, tanto en el sentido cronológico (posibilidad de inventarse un pasado) como en el sentido lógico (en relación a la posibilidad de una escansión y de una modalización del tiempo).
La ficción no es tanto una extracción ni tampoco un com­plemento, sino un suplemento que permite producir las coor­denadas para plantear un "otro lugar", una otra escena en la que lo que es "fenómeno" clínico-nosológico pueda advenir en síntoma, esto es, pueda ser dicho y en ese decir implicar una subjetividad.
La teoría, cualquiera que sea, puede operar, o no, como una ficción "eficaz". Esto no depende de la teoría misma. De­pende de como actúe el analista y desde dónde lo haga.
Lo que funda este acto está ligado a la función del deseo del analista, y es esto lo que hace la diferencia entre la cura shamánica y el tratamiento posible psicoanalítico. Porque el deseo del analista supone una ética, que es la que M. Klein enuncia: dirigirse al inconciente, no educar.
Esta modalidad de intervención parece requerir de cierta violencia, de cierto carácter intrusivo, abrupto, casi bru­tal. Implica, por parte del analista, cierta falta de res­peto (no al paciente pero sí a la teoría) y también de que se pueda perder algo de tiempo (si no hay tiempo que perder, no se puede anali­zar). Se asemeja a una construcción, pero sólo en su cariz delirante (Freud), porque resalta en ella el valor y la función de lo narrativo.
El analista, presente en lo que dice, suscita un objeto que rescata al sujeto del desamparo ante el goce del Otro; el objeto - en función de semblante de objeto a - es mediación entre el sujeto y el Otro. Por eso no basta con la eficacia de lo simbólico, sino que esta requiere de un vehí­culo imaginario que haga puente con lo real de ese goce sin bordes.

Leonardo Leibson

[1] En este último sentido, se asemeja a un fenómeno elemental tal como, a partir de la psiquiatría (Kraepelin y de Clérambault), lo plantea Lacan.

[2] Philippe Julien, El Manto de Noé (Ensayo sobre la paternidad), Alianza Estudio, Buenos Aires, 1993, pág. 72.

[3] En Obras completas, T. 2, Paidós, Buenos Aires, 1978, pp. 209 y ss.
[4] Podemos evocar aquí, salvando las distancias nosológicas pero no en lo que hace a la función y al deseo del analista, las primeras intervenciones de Freud, "aleccionadoras", en el caso del Hombre de las Ratas, y también el relato casi oracular que le endosa a Juanito sobre el mito edípico
[5] Y, para que sea verosí­mil, debe estar planteado en alguna parte que hay disyunción entre saber y verdad, que hay distancia y mediación: esta alguna parte tiene que ver con el deseo del analista.

miércoles, 10 de junio de 2009

Título del seminario: EL CUERPO EN PSICOANÁLISIS: imagen, nudo, superficie

Coordinador general: Prof. LEONARDO LEIBSON, Psicoanalista, Fac. Psicología, UBA

Colaboradores docentes:

Invitados especiales: Julio LUTZKY, Psicoanalista

Objetivo general del curso:
Desarrollar la noción de cuerpo en psicoanálisis, en sus diversas presentaciones clínicas, a partir la enseñanza de Jacques Lacan.

Objetivos específicos del curso:

Articular la noción de cuerpo en distintos momentos de la enseñanza de J. Lacan.
Distinguir las dimensiones imaginaria, simbólica y real del cuerpo.
Ubicar las diversas presentaciones del cuerpo en la práctica psicoanalítica (neurosis, psicosis, perversión; fenómeno psicosomático, etc.)
Conocer los modos en que se hace lugar en la práctica analítica a estas formas de presentarse el cuerpo.
Aproximarse a la intersección de la noción de cuerpo con las formas del goce y del objeto a.


Contenidos:

I. Dimensiones del cuerpo en la enseñanza de J. Lacan:
-simbólica (el lenguaje como cuerpo sutil; el cuerpo como superficie de inscripción de la marca significante).
-imaginaria (la imagen del cuerpo constituida a partir de la imagen del otro; la consistencia de lo imaginario).
-real (el objeto a como “añico del cuerpo”; el cuerpo como “sustancia gozante”).

II. El cuerpo, los goces y el objeto a:
-del goce fálico (fuera del cuerpo) al goce Otro (fuera de simbólico)
-el objeto a en tanto “añico del cuerpo”
-el cuerpo entre la mirada y la voz. Incidencia de lo sonoro sobre el cuerpo.

III. El cuerpo y sus presentaciones clínicas:
-Del síntoma histérico al fenómeno psicosomático.
-Locuras, psicosis y cuerpo.
-El cuerpo en la escena perversa.

Programa:

UNIDADES TEMÁTICAS:

I. El cuerpo en la enseñanza de Jacques Lacan: la impronta de lo simbólico sobre lo imaginario. Lo real del cuerpo, la división y el resto. Subjetividad y cuerpo. El cuerpo como territorio del síntoma.

Bibliografía:
· LACAN, J., (1953-54) El seminario. Libro 1: “Los escritos técnicos de Freud", Paidós, Buenos Aires, 1984
· LACAN, J. (1962-63) El Seminario, Libro 10, La angustia. Buenos Aires, Paidós, 2006.
· LACAN, J., (1966-67) Seminario “Lógica del fantasma”, inédito.
· LACAN, J. (1970) “Radiofonía”. En Psicoanálisis. Radiofonía & Televisión, Barcelona, Anagrama, 1977, 7-77
· De la ROBERTIE, Le corps (Textes de Jacques Lacan), en Rev. Littoral, n° 27/28, Paris, 1989, pp. 157-171
· LEIBSON, L., "Deseo del cuerpo", capítulo del libro "Los nombres del deseo", Ediciones Culturales Universitarias Argentinas, Buenos Aires, 1991.

II. El cuerpo en el nudo borromeo: un cuerpo en tres dimensiones anudadas. Lo imaginario como consistencia. Lo real como “el misterio del cuerpo que habla.” Los goces en su relación con el cuerpo. Cuerpo y sexuación.

Bibliografía:
LACAN, J. (1972-73), El Seminario, Libro 20, Aun. Buenos Aires, Paidós, 1981
Lacan, J., (1974) “La tercera”, en Intervenciones y textos 2, Buenos Aires, Manantial, 1988.
LACAN, J. (1974-75) Seminario XXII, R S I, inédito
LACAN, J. (1975-76), El Seminario, Libro 23, El Sinthome, Buenos Aires, Paidós, 2006
Leibson, L. “Erotismo y transferencia en las psicosis”. En Memorias de las XIII Jornadas de Investigación, Buenos Aires, UBA, Fac. de Psicología, 2006. ISSN 1667-6750, págs. 394-396
Leibson, L. “Pérdida del cuerpo en neurosis y psicosis”, en Acheronta, Revista de Psicoanálisis y Cultura, www.acheronta.org, n°23, octubre 2006-ISSN 0329-9147



III. El cuerpo a la letra: La superficie de escritura de un discurso sin palabras. La resonancia de la voz y los agujeros del cuerpo. Por qué el cuerpo no es esférico.

Bibliografía:
LACAN, J. (1975), “Respuesta a una pregunta de Marcel Ritter”, en Suplemento de las notas, Escuela Freudiana de Buenos Aires, noviembre de 1980
LACAN, J. (1976-77) Seminario XXIV, L’insu que sait de l’Unebévue s’aile la mourre, inédito
LACAN, J., (1980) Seminario “Disolución” del 10/06/1980.
Leibson, L. "El cuerpo de la psicosis, entre el goce y la escritura", en Ancla. Psicoanálisis y Psicopatología, Revista de la Cátedra II de Psicopatología de la UBA, nº 1, 2007, 56-68.
Leibson, L. “La música de las psicosis: disonancias, contrapuntos, equilibrios”, en Ancla, Psicoanálisis y Psicopatología. Revista de la Cátedra II de psicopatología, UBA, n°2, Buenos Aires, 2008,



IV. El cuerpo del analizante, el cuerpo del analista: Transferencia y resistencia en las presentaciones clínicas del cuerpo. ¿El cuerpo es interpretable? La enfermedad en sus distintas incidencias.
Bibliografía:
LACAN, J., (1963-64) El Seminario. Libro 11: “Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis”, Paidós, Buenos Aires, 1987
LACAN, J., (1966) “Psicoanálisis y medicina”, en Intervenciones y textos, Buenos Aires, Manantial, 1985, 86-99
LACAN, J., (1975a) “Conferencia en Ginebra”, en Intervenciones y textos 2, Buenos Aires, Manantial, 1988, 115-144.
LEIBSON, L., "El cuerpo ficcional", capítulo del libro "¿Qué cura el psicoanálisis?", Ed. Biblioteca Nacional, Buenos Aires. 1999,
LEIBSON, L., De cuerpo presente", en Redes de la letra 6, Ed. Legere, Buenos Aires, 1996, págs. 41-55
LEIBSON, L. “Movimientos de un cuerpo ausente”. Publicado en“Elsigma.com”,accesoen:http://www.elsigma.com/introduccion_al_psicoanalisis/, agosto/2004


Marco conceptual: Psicoanálisis

Modalidad de cursada: Clases teórico-prácticas con presentación y discusión de relatos clínicos.

Día y horario de cursada: Sábados de 13.30 a 15.30

Inicio: sábado 6 de junio/2009

Finalización: sábado 12 o 19 de julio/2009

Duración: 6 reuniones

Cupo: mínimo 10 y máximo 50 alumnos.

Evaluación: Optativa. Los alumnos podrán elaborar un trabajo vinculado con algunos de los puntos trabajados y discutidos. Recibirán una devolución personalizada con posterioridad a la finalización del seminario.

Dirigido a: estudiantes y graduados de la carrera de Psicología y otros profesionales o estudiantes avanzados de carreras afines.

Aula: 16 (Facultad de Psicología, UBA, sede H. Yrigoyen)

domingo, 3 de mayo de 2009

Seminario: El cuerpo en psicoanálisis: imagen, nudo, superficie

Coord. General/es: Leonardo Leibson, psicoanalista

Invitados especiales: Julio Lutzky, Psicoanalista

Objetivo general: Desarrollar la noción de cuerpo en psicoanálisis, en sus diversas presentaciones clínicas, a partir la enseñanza de Jacques Lacan.

Objetivos específicos:
  • Articular la noción de cuerpo en distintos momentos de la enseñanza de J. Lacan.
  • Distinguir las dimensiones imaginaria, simbólica y real del cuerpo.
  • Ubicar las diversas presentaciones del cuerpo en la práctica psicoanalítica (neurosis, psicosis, perversión; fenómeno psicosomático, etc.).
  • Conocer los modos en que se hace lugar en la práctica analítica a estas formas de presentarse el cuerpo.
  • Aproximarse a la intersección de la noción de cuerpo con las formas del goce y del objeto

a.Contenidos:

  • I. Dimensiones del cuerpo en la enseñanza de J. Lacan: -simbólica (el lenguaje como cuerpo sutil; el cuerpo como superficie de inscripción de la marca significante).-imaginaria (la imagen del cuerpo constituida a partir de la imagen del otro; la consistencia de lo imaginario).-real (el objeto a como “añico del cuerpo”; el cuerpo como “sustancia gozante”).

  • II. El cuerpo, los goces y el objeto a:-del goce fálico (fuera del cuerpo) al goce Otro (fuera de simbólico)-el objeto a en tanto “añico del cuerpo”-el cuerpo entre la mirada y la voz. Incidencia de lo sonoro sobre el cuerpo.

  • III. El cuerpo y sus presentaciones clínicas: -Del síntoma histérico al fenómeno psicosomático. -Locuras, psicosis y cuerpo. -El cuerpo en la escena perversa.


Marco conceptual: Psicoanálisis

Modalidad de cursada: clases teórico-prácticas con presentación y discusión de relatos clínicos

Día y horario de cursada: sábados de 13.30 a 15.30

Inicio: sábado 6 de junio de 2009
Finalización: sábado 11 de julio de 2009
Duración: 6 reuniones

Evaluación: optativa. Los alumnos podrán elaborar un trabajo vinculado con algunos de los puntos trabajados y discutidos. Recibirán una devolución personalizada con posterioridad a la finalización del seminario.

Dirigido a: estudiantes y graduados de la carrera de Psicología y otros profesionales o estudiantes avanzados de carreras afines.

Aula: 16

Informes:
Secretaría de Extensión, Cultura y Bienestar Universitario
Hipólito Yrigoyen 3242, 3º piso - Ciudad Autónoma de Buenos Aires
Tel: 49575880

domingo, 18 de mayo de 2008

El cuerpo y sus vicisitudes (2a. parte)

III.
Sexualidad y muerte; pulsión y libido; satisfacían, goce. Todos términos íntimamente ligados a lo que del cuerpo, siguiendo a Freud y a Lacan, podemos pensar en psicoanálisis. El cuerpo en psicoanálisis es fragmentario porque deviene de estos conceptos fundamentales. Si para su constitución el cuerpo requiere de la imagen del cuerpo del otro en la operación de completamiento imaginario anticipado que Lacan describe como estadio del espejo es porque el destino del cuerpo es fragmentario, esto es que esa imagen del cuerpo está marcada por las lí­neas de fractura que, tras el velo platinado que las cubre, evocan lo imposible de la unidad, lo imposible del retorno, dado que, para consti­tuirse de ese modo, algo ha debido perderse, algo cae fuera. A partir de esa pérdida habrá cuerpo, que ya nunca será propio.
Porque el cuerpo, entonces, no es el orga­nismo, el cuerpo falla en la relación sexual, o mejor dicho, repite la ausencia de relación sexual. Los organismos, macho y hembra, podrían haber sido hechos el uno para el otro, perfecta­mente complementarios y fusionables, como quería Aristófanes. La sabia Madre Naturaleza (como quieren los científicos del sabio positivismo) habría hecho a hombre y mujer perfectamente acoplables. Pero el organismo falta a la cita porque es a través del cuerpo -y solamente así- que los parlantes accedemos a la imposibilidad de esa relación
[1].
El cuerpo, en este sentido, es in-orgánico; el órgano que le falta, y que por eso hace que el cuerpo tome cuerpo, es lo que Lacan, en su propio mito, bautiza como laminilla, designando así a la libido en tanto órganon de la pulsión.

El cuerpo no es un Grundbegrieff, un concepto fundamental del psicoanálisis. Es un problema.
El cuerpo es un palimpsesto, una superpo­sición de capas de escritura que, en ciertos lugares, se hacen visibles como imagen del cuerpo. El resto, lo no visible, lo que no se ofrece a la mirada, es el resto de escritura que permanece mudo: silencio de la vida, pulsión parcial, pulsión de muerte. El mito de la laminilla se inserta en esta mudez.
En “Posición del inconciente”, Lacan, luego de haber planteado los dos movimientos de pro­ducción del sujeto (alienación separación), dice: "En cuanto a la sexualidad que podría re­cordársenos que es la fuerza con que tenemos que vérnoslas (...) Vamos a tratar de aportarle algo más nuevo, al recurrir a una forma que Freud mismo en este asunto nunca pretendió reba­sar: la del mito."
Esta forma es usada argumentativamente por Lacan para tratar de dar "una articulación sim­bólica más que una imagen" a "la relación, en la que el sujeto toma su parte, de la sexualidad, especificada en el individuo, con su muerte."
¿Por qué Lacan hace uso del mito aquí, "en su judo con la verdad", si, según sus propias palabras, es una forma que siempre ha evitado utilizar? Podemos citar a J. B. Ritvo: "El relato mítico tiene una virtud eminente que es su poder de sugerir en y a través de las secuencias que resueltas se encadenan, aquello que ni se resuelve ni se encadena, aquello que es un límite y un punto de detención..., una fuente de enlaces y consonancias que se entrelazan en ningún lugar". Y luego agrega: "El mito no se opone al concepto: lo suplementa y al hacerlo permite que no se cierre sobre sí perdiendo la dimensión de la carencia de marca"
[2]. El cuerpo participa de lo mítico, tomando al mito como posibilidad de narrar épicamente el retorno de un límite imposible[3].
Lacan va a plantear este mito apadrinán­dose en el que Platón le hace decir a Aristófanes en el ámbito de un symposium en el que Eros da que hablar
[4]. Ahí habla Aristófanes de ese "animal primitivo de dos es­paldas en el que se sueldan unas mitades tan firmes al unirse como las de una esfera de Magdeburgo". Forma esférica compuesta por mita­des complementarias que tienden naturalmente la una hacia la otra, buscando restablecer un es­tado anterior. Esto último es lo que Freud en­fatiza al citar este mito como ilustración de sus especulaciones acerca de la pulsión de muerte: el retorno a un estado anterior, reencontrable en la fusión eró­tica[5]
Lacan equipara esta esfera al huevo y, en una maniobra de clara inspiración topológica, produce un desgarro sobre ella. Lo que obtiene es una superficie ultraplana que, en principio, llamar la hommelette y de la cual dirá que es "el fantasma (...) de una forma infinitamente más primaria de la vida". Además de ultraplana, le atribuye ser "omnisciente, por ser llevada por el puro instinto de vida" e "inmortal, por ser escisípara".
Se rompe el huevo para hacer la tortilla, y así "se hace al Hombre (Homme), pero también la Hommelette". Algo, dice Lacan, se escapa en el momento del parto y se pierde para el vi­viente. Eso, que corretea y es intranquilizador ("a nadie le gustaría que eso venga a envolverle el rostro mientras duerme"), eso que se guía por lo "real puro" por lo cual no reconoce obstácu­los, aparece como imposible de educar o de po­nerle trampas.
Este mito "nos presenta la libido como lo que es, o sea un órgano (...) Este órgano debe llamarse irreal, en el sentido en que lo irreal no es lo imaginario y precede a lo subjetivo condicionándolo, por estar enchufado directa­mente en lo real". Y esta libido "en tanto que puro instinto de vida irreprimible, de vida in­mortal (...) es lo sustraído al ser vivo desde que está sometido al ciclo de la reproducción sexuada".
El viviente (ser viviente, no sujeto) pierde la inmortalidad al estar sometido a la sexuación. Pero, agrega Lacan, el ser irreal, no le impide a este órgano encarnarse, estar en relación con el verdadero órgano. Es ahí donde "se decide la función de ciertos objetos", que Lacan escribe como a.
"La libido es esa laminilla que desliza el ser del organismo hasta su verdadero límite, que va más allá que el del cuerpo (...) El sujeto hablante tiene el privilegio de revelar el sen­tido mortífero de ese órgano, y por ello su re­lación con la sexualidad. Esto porque el signi­ficante como tal, al tachar al sujeto de buenas a primeras, ha hecho entrar en él el sentido de la muerte. Por esto ... toda pulsión es vir­tualmente pulsión de muerte."
[6]
Este "órgano de lo incorporal" se encarna haciendo cuerpo de la carne, mediante el Verbo. Eso inexistente que se pierde es el cuerpo quien lo recuerda, cuerpo que deber entonces extra­ñarse en el espejo, haciendo impura la ausencia.
En este sentido es que decíamos que el cuerpo es in-orgánico; el órgano que le falta (la laminilla, la libido, el goce) hace que el cuerpo sea cuerpo. La pulsión, pulsión parcial, pulsión de muerte, busca retornar a este in-or­gánico. Recortando al cuerpo busca el órgano perdido, por definición inhallable.
Cuerpo y organismo quedan escindidos. El cuerpo queda entonces como el lugar equívoco de un acontecimiento anticipado e imposible: el rencuentro con lo real de la vida, con el goce de la vida. Aún en el instante de la muerte la llegada es a destiempo. No porque haya un cuerpo que perezca y un alma que trascienda sino porque la disyunción cuerpo-goce (tal como la plantea Lacan en “La lógica del fantasma”) está marcada a fuego como condición y como causa. Como dice M. Blanchot, no hay posibilidad de mo­rir en "el momento justo", porque "lo propio de la muerte es su injusticia, su falta de preci­sión"
[7]. El cuerpo no es lo mortal sino que está marcado por este "ser mortífero". Pierde la inmortalidad, aunque no por ello gana la muerte. No hay certeza de la muerte como no hay certeza del cuerpo que siempre, al intentar apropiárnoslo, queda un paso más allá , siempre como monumento evocador de la imposible conjun­ción de significante y sexualidad.



IV.
Entonces ,que "lo Icc es el auténtico me­diador entre lo psíquico y lo somático" implica que esta mediación no reúne sino que media desde un lu­gar de ex-centricidad.
Que la laminilla se encarne implica, pre­viamente, posibilidad de metáfora. Si no hay metáfora que encadene al goce en su vacío el cuerpo no dejar de ser organismo, pero entonces tampoco habrá sujeto posible sino "ser vi­viente".
La distinción entre alma y cuerpo, que Freud defiende a rajatabla ante el monista Grod­deck, retorna al plantear la cuestión del lla­mado fenómeno psicosomático
[8]. Rescatar este dua­lismo no es más que sostener a lo Icc como la hiancia lógicamente necesaria entre cuerpo y goce, única posibilidad de leer, en psicoanálisis, lo que del cuerpo comporta como "rechazo del goce, para que pueda ser alcanzado en la es­cala invertida de la Ley del deseo"[9].
El cuerpo se extraña en el espejo, y el goce que el sujeto extraña es lo que ahí no se refleja. Imposibilidad del cuerpo, tan clara como la imposibilidad de agotar una metáfora.

Leonardo Leibson

Notas:
[1] "El cuerpo no escribe prosa, desconoce la cópula que se refugia en el lenguaje, practica el verbo como pasaje del sujeto a su división en el goce". S. Glasman, op cit.
[2] J. B .Ritvo, Mito, paternidad y metapsicología, en Rev. Conjetural no 12, Ed,. Sitio, Bs. As., abril de 1987.
[3] J. B. Ritvo, Mito, castración y goce, en Rev. Conjetural no 15, Ed. Sitio, Bs. As., abril de 1988.
[4] Platón, El banquete, Edim‚, Madrid, págs. 32 y ss.
[5] No necesariamente de los sexos macho-hembra, por­que Aristófanes se encarga de aclarar que podría haber esta tendencia erótica al reencuentro también entre dos mitades macho o dos mitades hembras; pero queda de todos modos afirmada la idea de dos mitades complementarias que podrían reunirse, lográndolo por el amor. Quizás sea más interesante la versión judía del mito: "Adán fue creado originalmente de un cuerpo masculino y otro femenino unidos por la espalda (...) Dios dividió al andrógino y dio a cada mitad una nueva parte trasera. A esos seres separados los puso en Edén, prohibiéndoles que se unieran". ("Los mitos hebreos", de R. Graves y J. Patai, citado en Rev. Uruguaya de psicoanálisis, no 61, p g. 55. El subrayado es mío.)
[6] Cf. Posición del inconciente, Escritos 2, Siglo XXI, México 1980, pp. 380 y ss. También Lacan re­toma el mito de la laminilla en el Seminario XI, Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis, Buenos Aires, Paidós, ........., especialmente en la sesión del 20-5-64 (pág...........).
[7] Cf. M. Blanchot, El espacio literario, Ed. Paidós, pág. 107.
[8] El sujeto no podrá ya apropiarse de la muerte, aunque a veces lo intente a través de su cuerpo. Quizás podríamos ubicar aquí al llamado "psicosomático", que cree estar siempre más acá de la muerte y por eso la busca como se busca en el amor: dando lo que no tiene, dando su organismo. Ese organismo que no tiene, en tanto es parlante, pero que parece tener, aunque bajo una forma diversa al cuerpo: la del cadáver. Cadáver insepulto del fenómeno psicosomático: lo lesional, la necrosis, la muerte amputante. ¿Cómo ubicar este cadáver en relación al cuerpo? Si el cuerpo es metáfora (intersección de lo simbólico y lo imaginario) el cadáver es retorno desde lo real de lo que no pudo metaforizarse. Tal vez es por eso que el "psicosomático" habla de el organismo y no de su cuerpo. Parafraseando a Lacan podríamos decir que el "psicosomático" es un "sin-cuerpo": la no puesta en juego de ciertos significantes hace que el cuerpo como metáfora, sustitución de esa pérdida, no se constituya como tal.
Muchos intentos de abordar al "psicosomático" recaen en la vía de la analogía, compuesta por cuatro términos homogéneos y proporcionales. La experiencia muestra que si de algo padece el "psicosomático" es de proporcionalidad. Quizás se trata de restablecer una improporción, por la vía de la metáfora, para que el "psicosomático" pueda hacer cuerpo, y perderlo. Si no, lo que encuentra es el cadáver. ¿Será entonces el jeroglífico psicosomático un intento fallido de reencontrar el deseo por la vía de la cadaverización parcial del cuerpo?
[9] Subversión del sujeto..., pág. 338

sábado, 10 de mayo de 2008

El cuerpo y sus vicisitudes (1a. parte)

El cuerpo y sus vicisitudes

"El psicoanálisis implica por supuesto lo real del cuerpo y de lo imaginario de su esquema mental"
J. Lacan[1]

El cuerpo, un supuesto del psicoanálisis. ¿Un supuesto saber, un supuesto extraño? Hay una multitud de preguntas que pueden formularse acerca del cuerpo y su lugar en la teoría y la práctica del psicoanálisis. En lo que sigue, intentaremos acercarnos a alguno de los recorri­dos posibles a los que esas preguntas nos lle­van. Tratar de pensar al cuerpo no sólo como un "fenómeno" ni tampoco como una imagen que su­puestamente debería descartarse, sino como una cuestión que nos atañe en tanto analistas.

I.

"El acto inconciente ejerce una intensa influencia plástica sobre los procesos somáti­cos"
"El Icc constituye la auténtica mediación entre lo corporal y lo anímico."
S. Freud a G. Groddeck[2]

Alma y cuerpo : distinción clásica que de múltiples maneras se ha reiterado a lo largo de siglos de cultura, sufriendo innumerables inten­tos tanto de afirmación como de confutación. Alma y cuerpo, distinción que fue planteada tanto en términos de complementariedad dialéc­tica como de oposición insalvablemente contra­dictoria . Tanto se intentó reunirlos como se­pararlos tajantemente, ambas actitudes defendi­das con encendida pasión.
A primera vista, esta parece una cuestión ajena al psicoanálisis. Sin embargo podemos afirmar que aparece, bajo varias formas, en el discurso de los psicoanalistas, comenzando por el mismo Freud.
¿Cómo entender que "el Icc constituye la auténtica mediación entre lo corporal y lo aní­mico"? En este enunciado podemos subrayar algu­nos puntos. En primer lugar: lo Icc[3] se di­ferencia de anímico y de alma, términos que, sin embargo, Freud utiliza por doquier. Suponiendo que no tomaba al alma en sentido religioso sino en uno más filosófico-psicológico (sustancia que da vida, que anima la materia), este alma esta­ría tan separada del cuerpo como de lo Icc.
En segundo lugar, que el Icc sea la autén­tica mediación, ¿implicaría que puede haber fal­sas mediaciones? ¿Qué quiere decir aquí au­téntica?
Debemos situar esta frase en su contexto. Freud responde a una carta de Groddeck en la que este le solicita su reconocimiento como psicoa­nalista. Para obtenerlo, relata su cambiante experiencia con los textos freudianos y su par­ticular apreciación y utilización de ellos. En esa carta dice Groddeck: "... el cuerpo y el alma constituyen una cosa común, en ellos se en­cierra un Ello, una fuerza por la que somos vi­vidos mientras creemos que somos nosotros quie­nes vivimos... Desde un principio he rechazado la separación entre dolencias corporales y aní­micas, he tratado de tratar al hombre individual en sí, y al Ello que hay en él, he intentado, en fin, hallar un camino que conduzca a lo intran­sitado e intransitable"[4]. Cuenta sus expe­riencias con pacientes, incluyendo algunos lo­gros, y de como se topó con la transferencia y la resistencia. Concluye preguntando a Freud si le parece lícita esta ampliación del concepto de inconciente.
Freud responde rápidamente: "hace mucho que no he recibido una carta que me haya ale­grado e interesado tanto", y dice que le escri­bir con "sinceridad analítica". Unas líneas más abajo da su veredicto: "tengo que afirmar que es Ud. un espléndido psicoanalista que ha comprendido plenamente el núcleo de la cuestión. Quien reconoce que la transferencia y la resis­tencia constituyen los centros axiales del tra­tamiento pertenece irremisiblemente a la horda de los salvajes." Freud aprueba y suma un dis­cípulo. Incluso, extendiendo su sinceridad, le hace una confesión: "no es preciso ampliar el concepto de Icc para abarcar sus experiencias relativas a afecciones orgánicas. En el artículo que Ud. menciona (“Lo inconciente”) hallará una breve nota: "Guardaremos para otro contexto la mención de otra prerrogativa importante del Icc". Quiero confesarle lo que aquí me reser­vaba: la afirmación de que el acto inconciente ejerce una intensa influencia plástica sobre los procesos somáticos(...)"[5].
En rigor, nos cuesta decir qué es lo in­confesable de esta "confesión". Desde sus pri­merísimos artículos referidos a la histeria y a los mecanismos conversivos, esto estaba clara­mente expuesto y publicado. Dos preguntas en­tonces: ¿por qué Freud se reserva para esta oca­sión lo que no publica en ese lugar?; y ¿por qué piensa que Groddeck podría ser capaz de es­cuchar esta afirmación que casi resuena como una pregunta? ¿Pregunta por los misterios de "lo somático", ante la cual Groddeck aparecería como apto para despejar?
De todos modos y junto con su entusiasmo Freud también le expresa sus reservas críticas: "¿Por qué desde su bonita base se arroja Ud. a la mística, suprime la diferencia entre lo aní­mico y lo corporal, y se aferra a teorías filosóficas que no vienen al caso?... Es cierto que lo Icc constituye la auténtica mediación entre lo corporal y lo anímico, acaso el tanto tiempo buscado "missing link". Mas, que al final lo hayamos descubierto no nos permite ver más le­jos... Me temo que sea Ud. también un filósofo y tenga la inclinación monística de menospreciar las bellas diferencias de la naturaleza en aras de la seductora unidad. ¿Acaso con ella nos li­bramos de las diferencias?"[6].
Freud se deja tomar como maestro, acepta, en cierto modo, la transferencia de Groddeck, deja lugar a un despliegue. A esto Groddeck responder profusamente, tanto en sus declara­ciones de amor a Freud como en su producción es­crita, de una abundancia y variedad notables (cartas, artículos, libros completos, incluida una novela, quizá lo que más agradó a Freud). A lo largo de toda su correspondencia, Freud no pierde oportunidad para amonestar a Groddeck por su tendencia al misticismo a la vez que lo in­centiva a presentar sus escritos teóricos o li­terarios ante el resto de los psicoanalistas. Podríamos decir que si bien rechaza de plano la intención místico-monista de fusionar alma y cuerpo, se interesa por lo que Groddeck dice in­tentar: reubicar al cuerpo en un más allá del discurso médico, plantear un Ello que excede al voluntarismo científico desconocedor no sólo del inconciente sino del alma misma.
La medicina (y no sólo la actual) siempre ha encontrado sentidos en y para el cuerpo. La­can, en el Seminario XI, dice: "En el límite, la ciencia primitiva sería... una especie de téc­nica sexual... Tan solo que llega un momento en que la amarra con la iniciación sexual del meca­nismo se rompe... y esta ruptura se realiza tanto más tarde cuanto más implícita, menos se­ñalizada, está la función del significante"[7].
Es sabido que a partir de Freud el cuerpo se ha desamarrado de lo puramente biológico[8]. Así como el instinto de la biología ( o de la psicología) deja paso a la pulsión (Trieb), así también el cuerpo deja de ser el organismo concebido como una máquina cuasi-perfecta con leyes cognoscibles y predecibles. El cuerpo deja de ser esa unidad cientifizable, se frag­menta en el mismo momento de soltar amarras.
Agreguemos que ese soltar amarras de Freud con respecto al saber médico-biológico es, si­multáneamente, un quemar las naves: no hay re­torno posible ya. Entonces, ¿de qué se trata cuando en psicoanálisis hablamos de cuerpo?
La experiencia parece indicar que se trata, básicamente, de un equívoco. El cuerpo (sus apariciones) es equívoco en la clínica; no podría dejar de serlo en la teoría.
Para Freud el cuerpo es un límite, que se revela como tal, en toda su magnitud, al hablar de lo unheimliche, lo siniestro. El cuerpo es lo extraño en lo familiar, pero no por sí mismo (aquí lo enigmático) ni por sus determinaciones biológicas (aquí el desamarre), sino por estar íntimamente vinculado a la sexualidad y a la muerte. Para Lacan, el cuerpo pasa por distin­tos momentos de su enseñanza, recorriendo, no sin dificultades, diversas vicisitudes en su ar­ticulación con lo simbólico, lo imaginario y lo real[9].
No tener en cuenta al cuerpo como equívoco (o dicho de otra manera: como metáfora) o pensar que la cuestión se resuelve de un plumazo di­ciendo que "el cuerpo es imaginario", es no te­ner en cuenta las dificultades que este cuerpo ofrece. Dificultades derivadas, en parte, de la multiplicidad de versiones del cuerpo en la clí­nica. Casi podría plantearse una estilística de estas variaciones: histeria, neurosis obsesiva, perversiones, hipocondría, sindrome de Cottard, "fenómeno psicosomático", etcétera[10]. Asi­mismo, las dificultades para leer ciertas metáforas biológicas[11] en Freud e incluso en Lacan. Motivos suficientes para intro­ducir el equívoco del cuerpo planteado como pre­gunta: ¿de qué se trata cuando se habla del cuerpo en psicoanálisis?

II.
"Si el sentido es lo que resuena con la ayuda del significante, el cuerpo sólo lo hace mediante la poesía. La resonancia es de vacío, de falta, efecto de agujero. Efecto que - no otro - entrelaza los cuerpos de la poesía con la poesía del cuerpo en los bordes de su escri­tura... El sujeto del inconciente no toca el alma sino a través del cuerpo."
S. Glasman[12]

Retomemos la curiosa relación epistolar entre Freud y Groddeck. Podríamos aventurar la hipótesis de que a Freud le resultaba más inte­resante Groddeck como escritor que como médico. De hecho, lo atractivo (a la vez que "peligroso") de la propuesta de Groddeck (y quizás a pesar de él mismo) consiste en esta suerte de trans-biologización del cuerpo, esto es, la posibilidad de leer en un cuerpo enfermo un or­ganismo transfigurado por el lenguaje: un cuerpo que se estructura como un síntoma, por el len­guaje.
Incluso el Ello que propone Groddeck no deja de ser una metáfora que Freud adopta, aun­que luego le dirá que "mi Ello no es el suyo"[13].
Podríamos postular entonces que lo que Freud lee en los planteos de Groddeck son las resonancias de un cuerpo que solo puede ser en­tendido como intermediado por lo inconciente, por las leyes de lo inconciente: condensación y desplazamiento. Hoy podemos agregar: un cuerpo hecho a fuerza de metáfora y metonimia, un cuerpo creado por la retórica que lo intermedia en tanto que, propiamente, lo engendra.
El cuerpo es metáfora porque es cicatriz que viste una desnudez: la desnudez descarnada del significante. El cuerpo es metáfora porque anticipa un plus de sentido inaprensible que evoca el goce imposible de otro cuerpo que ha­bría sido propio. El cuerpo es metáfora porque siempre se lo ubica cuando se trata de sustituir ese goce perdido. Y siendo metáfora, el cuerpo participa de la poesía y de lo mítico[14].
En otra carta a Groddeck, de 1921, Freud escribe: "tengo un talento especial para conformarme con lo fragmentario".
El cuerpo que para la medicina era una ma­quinaria totalizada e idéntica (para la medicina científica todos los cuerpos son El cuerpo, siempre el mismo), desde el psicoanálisis apa­rece fragmentado. Y es por esta fragmentación que se singulariza. Las parálisis histéricas no siguen las vías de una anatomía idéntica que no reconoce diferencias sino que recortan territo­rios singulares dibujando así una anatomía "vulgar", esto es, específica[15]. La unidad natural del cuerpo se fragmenta y "las bellas diferencias de la naturaleza" aparecen insalva­bles, aunque quizás no tan bellas.
Asimismo, el "cuerpo propio" de la psico­logía, sustento de la identidad, se vuelve un cuerpo extraño, un Ello (no como portador de un saber, como le suponía Groddeck, sino como ter­cera persona que, como bien aclara Benveniste, no es ninguna persona). El cuerpo-microcosmos, cargado de significados reveladores del macro­cosmos, pasa a padecer del significante, a per­der sentido, a convertirse, nuevamente, en un problema.
Freud, al comienzo de la epicrisis del historial de Isabel de R., se disculpa porque su exposición sea más literaria que científica[16]. Es que haber escuchado la literalidad de lo que Isabel decía a partir del cuerpo lo llevaba ine­vitablemente a eso. Evidentemente, el cuerpo de Isabel no era ni mecánico ni propio sino más bien un cuerpo literario o más precisamente, po­ético. O quizás deberíamos decir que Freud escuchó el mito individual que Isabel desconocía llevar inscripto en su cuerpo gozosamente su­friente.
Cuando Freud llama a la teoría de las pul­siones "nuestra mitología", ¿debemos suponer que así desestimaba sus enunciados? Cuando en “Más allá del principio del placer” Freud apela al mito del andrógino para ilustrar la hipótesis de la pulsión que busca el retorno a un estado an­terior, buscando la articulación entre la sexua­lidad y la muerte, Freud habla de que estas son sus "especulaciones". No por ello deja de afir­mar lo que allí dice. ¿Por qué, como dice La­can, "en lo concerniente a la sexualidad Freud nunca intentó rebasar esta forma del mito"[17]? Veremos como, paradójicamente, Lacan lo re­basa... proponiendo otro mito.



[1] Subversión del sujeto y dialéctica del deseo en el inconciente freudiano, Escritos 1, Ed. Siglo XXI, México, 1980, p g. 315.
[2] S. Freud-G. Groddeck : Correspondencia. Ed. Anagrama, Barcelona, 1977.

[3] Lo Icc, así escrito, fórmula que Freud propone para designar a lo inconciente en su sentido sistemático, el propiamente psicoanalítico. Cf. "Nota acerca del concepto de Inconciente en psicoanálisis" (1912).
[4] Cf. Ibídem nota 1, p. 33
[5] Cf. Ib. nota 1, p. 38.
[6] Ib., p.39
[7] Cf. también las consideraciones que hace Lacan acerca de la medicina moderna, afectada por la ciencia, en "Psicoanálisis y medicina", en Intervenciones y textos, Ed. Manantial, Bs. As., 1985, pp. 86 y ss.
[8] Suponiendo que pudiera existir, entre los mortales parlantes, algo puramente biológico; esto es, supo­niendo que "lo biológico" mismo, como lo sugiere Freud hacia el final del cap. VI de Más allá del principio del placer, no sea también un "lenguaje figurado", una metáfora.
[9] Cf. L. de la Robertie, Le corps (Textes de Jacques Lacan), en Rev. Littoral, no 27/28, Paris, 1989, pp. 157-171.
[10] ¿Quién es responsable de esta multiplicidad de estilos? ¿El cuerpo, con una supuesta autonomía? ¿La estructura? ¿O la posición (el punto de vista) del analista? (Cf. E. Porge, El analista en la historia y en la estructura del sujeto como Velázquez en "Las Meninas", Ed. Escuela Lacaniana de Psicoanálisis).
[11] La expresión "metáfora biológica" no deja de ser engañosa, si bien en primera instancia nos permite un acercamiento a la lectura de algunos pasajes de la obra freudiana. Que leamos como metáforas lo que otros toman como silogismos científicos marca una lectura y una práctica. Sin embargo, no podemos contentarnos con pensar que recurrir a la retórica nos allane el camino sin más. Estas metáforas requieren ser analizadas, descifradas para que realmente sean tales, esto es, que transmitan un plus de sentido. El vaciamiento de sentido explicativo de la biología es un efecto de este desciframiento. Si no lo hacemos, el contra efecto puede ser un retorno de lo biológico en el discurso del psicoanálisis, en expresiones frecuentemente utilizadas (aunque sea vergonzantemente), como "descarga", "metabolización", u otras analogías.
[12] S. Glasman, Resonancias del cuerpo, en Cuadernos de psicoanálisis, año X no 1, Ed. Altazor, Buenos Aires, noviembre 1980.
[13] En la carta del 18-6-25, escribe Freud: "En su Ello no reconozco como es natural a mi Ello, civilizado, burgués, despojado de misticismo. Sin embargo, como sabe, el mío deriva del suyo." Y anteriormente (navidades 1922) le decía: "Pienso que Ud. ha adoptado el Ello (en sentido literario, no asociativo) de Nietzsche. ¿Puedo formularlo así también en mi escrito?" (Cf. op. cit., pp. 112 y 89).
[14] Entendiendo que la metáfora, tal cual Lacan la plantea en, por ejemplo, "La metáfora del sujeto", implica que uno de sus cuatro términos, heterogéneo a los otros tres, sea real. Ver, también, la fórmula de la metáfora empleada por Lacan en el Seminario “La lógica del fantasma”, inédito, sesión del 14-12-66.
[15] Cf. Freud, S., "Estudio comparativo de las parálisis motrices orgánicas e histéricas" (1888/1893), O.C., B. Nueva, t. I, p. 13.
[16] Cf. O.C., B. Nueva, T. I, pág. 124. También ahí, hacia el final de la epicrisis, Freud hace mención al "acto mediante el cual crea el histérico, por simbolización, una expresión somática... tomando al pie de la letra las expresiones metafóricas de uso corriente"(pág. 136).
[17] Cf. Posición del inconciente, pág. 380.

viernes, 18 de abril de 2008

Seminario: "El cuerpo en la práctica psicoanalítica"

Título del seminario: EL CUERPO EN LA PRÁCTICA PSICOANALÍTICA

Facultad de Psicología, U.B.A.
Secretaría de Extensión Universitaria

Coordinador general: Leonardo Leibson. (leibson@fibertel.com.ar)


Objetivo general del curso:
Desarrollar la noción de cuerpo en psicoanálisis, a partir de conceptos de Freud y de Lacan, considerado en sus diversas presentaciones clínicas.

Objetivos específicos del curso:
Identificar las diferencias entre la concepción de cuerpo en psicoanálisis y la que considera la ciencia médica.
Abordar las nociones de cuerpo en diferentes momentos de la obra de Freud y Lacan.
Aproximarse a las presentaciones del cuerpo en la clínica psicoanalítica (neurosis, psicosis, perversión)
Conocer los modos en que se hace lugar en la práctica analítica a las enfermedades orgánicas y al llamado fenómeno psicosomático.
Reconocer la importancia de la transferencia en el abordaje del cuerpo en psicoanálisis.

Contenidos:
I. Localizaciones del cuerpo en Freud:
a) El síntoma neurótico y la formulación de un cuerpo erógeno diferenciable del cuerpo biológico.
b) El síntoma psicótico y la introducción del narcisismo. Su vinculación con la estructuración del yo y la de un cuerpo unificado.
c) La escena perversa: el cuerpo que puebla las fantasías neuróticas.

II. Dimensiones del cuerpo en Lacan: “lo real es el misterio del cuerpo que habla”.
a) simbólica (el lenguaje como cuerpo sutil; el cuerpo como superficie de inscripción de la marca significante).
b) imaginaria (la imagen del cuerpo constituida a partir de la imagen del otro; la consistencia de lo imaginario).
c) real (el objeto a como “añico del cuerpo”; el goce Otro “fuera de simbólico”).

III- Presencia y pregnancia del cuerpo en la práctica psicoanalítica: el cuerpo de las estructuras clínicas. Los síntomas “actuales”. El cuerpo en transferencia.

Marco conceptual: Psicoanálisis.

Modalidad de cursada: Clases teórico-prácticas con presentación y discusión de relatos clínicos.

Día y horario de cursada: Sábados de 13 a 15 hs

Inicio: Sábado 10 de mayo de 2008