EL CUERPO FICCIONAL
"Si no podemos ver claro, al menos veamos mejor las oscuridades"
S. Freud
1. En los límites de la nosología
Existe una discusión, actual y no agotada, acerca del valor y la función de la nosología en la práctica analítica. Aún así, son de uso habitual las categorías diagnósticas basadas en las diferencias estructurales que Freud señalara y Lacan formulara. Neurosis, perversión y psicosis se plantean como tres estructuras, discontinuas, fundamentales y excluyentes.
Pero es habitual que nos veamos confrontados a ciertos "fenómenos" que resultan difíciles de ubicar. No porque nos falten nombres para ponerles - hay numerosas grillas psico-patológicas donde ir a buscar; lo problemático es situar la dificultad que se suscita. Dificultad que deriva, en parte, de entender la nosología como un universo de discurso donde todo debería tener cabida y cobrar sentido y, por otra parte, del hecho de encontrar en el marco de aquellas estructuras ciertos fenómenos que desbordan la definición. Siendo éste no sólo un problema de clasificaciones - siempre más o menos arbitrarias, trátese del DSM IV o de la borgeana "Enciclopedia China" - sino de algo que interroga nuestro lugar de analistas.
Me refiero a ciertos "cuadros clínicos" que se presentan con más sombras que luces.
Forman parte de un grupo de problemas clínicos "actuales": el llamado fenómeno psicosomático, la anorexia, la bulimia, las adicciones, las llamadas "locuras", etc. Cuadros clínicos que no se adaptan al dispositivo analítico tal como fuera establecido en relación a la neurosis. Cuadros clínicos donde la asociación libre aparece impedida.
Afecciones que de una u otra manera atañen algo del cuerpo, que parecen no tener palabras y que se manifiestan respetuosas de la anatomía y la fisiología a diferencia de las conversiones histéricas. Afecciones que, en rigor, cabría preguntarse si son del cuerpo en tanto cuerpo erógeno, o del soma - lo orgánico; estas afecciones se presentan como "extraños en el cuerpo", por fuera de la imagen; más precisamente, como cadáveres insepultos en el terreno del cuerpo (se ahí lo de soma, término con el que los antiguos griegos designaban el cadáver, los restos mortales).
Afecciones que no aparecen para quien se ve afectado como interrogantes sino como signos que lo representan para un profesional; no hay implicación del sujeto en eso que le pasa. Por lo tanto, ese fenómeno aparece como desconectado de toda red asociativa, resistente a toda dialéctica [1]. Afecciones que no son tocadas por la interpretación analítica porque no tienen estructura de metáfora - aunque puedan muchas veces verse ahí, realizadas, maravillosas analogías.
2. Un problema clásicamente actual
Estas afecciones se caracterizan también porque se torna altamente problemático la apertura de un tiempo para comprender. El motivo de consulta participa de la lógica del instante de la mirada: todo está a la vista, se sabe al instante de qué se trata. El sujeto que ahí se estructura es el sujeto del impersonal "se" (se sabe, se sufre, etc.).
Entre otras cosas, se dice que estos pacientes no establecen transferencia, al menos no con un analista, al menos no de entrada. Reencontramos aquí algo que Lacan decía de los psicóticos: son aquellos que no concurren a consultar a un analista. Porque no hay llamado a un sujeto supuesto saber, dado que ya hay un saber que no está en disyunción con la verdad (el saber médico, el saber de la droga, el saber de la alucinación o del delirio). Por eso, no hay pregunta, o mejor dicho la pregunta está trastrocada. Ph. Julien tiene lo dice de una manera que me parece que señala con notable claridad el problema de la pregunta:
"El malestar proviene del desafío que hoy le plantean al hombre el nacimiento y el desarrollo irreversible de la civilización científica...
"Este discurso técnico-científico ordena un universo abstracto en donde el sujeto se olvida de sí mismo y pierde el sentido particular de su existencia y de su muerte. El interrogante fundamental acerca de "¿qué soy yo, entonces?" es reemplazado por la preocupación del "¿cómo hacer esto?"[2].
Esto concuerda con una descripción que ya es clásica: el paciente llega, la mayor parte de las veces derivado o impulsado por su médico, cuenta su enfermedad, los estudios que le han realizado, los diagnósticos que le han hecho, en una declaración que es más un informe que un relato, informe de datos objetivos, comprobables, irrebatibles; y culminan diciendo: "mi médico me dice que esto que tengo (no dice: esto que me pasa) es "psicosomático", por eso vengo. Ahora, dígame usted qué hago para curarme". Si se intenta plantear algo del orden de la asociación libre, la respuesta habitual es: "nada, no se me ocurre nada". Si se pretendiera hacer una interpretación, medida y reflexivamente, lo más posible es que la respuesta sea la indiferencia más absoluta.
Nos interesa plantear un problema que, más allá de la nosología, es un problema ético: ¿Cómo puede ubicarse un analista ante estos cuadros en lo que todo está a la vista, en los que no hay formaciones del inconciente, en los que no hay síntoma en el sentido analítico del término? Freud afirmaba que las neurosis actuales y las neurosis narcisistas no eran accesibles para el tratamiento analítico, aunque podían ser objeto de estudio. Si bien esas designaciones freudianas no recubren completamente los cuadros que mencionamos, se aproximan lo suficiente como para que interroguemos nuestra posición frente a ellos.
Porque, por otra parte, la "literatura" analítica presenta muchos de estos casos en los que se producen "curaciones", parciales o totales, muchas de las cuales podrían ser calificadas de milagrosas.
Pero este no debería ser un argumento suficiente, dado que las medicinas llamadas alternativas también pueden mostrar numerosos ejemplos de su eficacia terapéutica. Los shamanes, por dar un nombre genérico, curan; los analistas también curan; hasta los mismos médicos pueden llegar a ostentar sus casos curados. Entonces, dos preguntas: ¿qué es lo que opera ahí? y ¿cuáles son las diferencias entre estas "curas", suponiendo que las haya?
Para no recaer en la peligrosa ingenuidad de recetas milagrosas, o en generalizaciones apresuradas, intentemos dar algunos rodeos que nos permitan plantear direcciones de trabajo.
3. El cuerpo de la ficción
Seguramente, las dificultades que se presentan en los inicios de cualquier análisis no son del todo ajenas a lo que venimos planteando. Pero creemos que una diferencia interesante la establece lo presente del cuerpo-organismo y su característica de urgencia.
A modo de metáfora (pero no tanto) o de paradoja, podemos plantear que el que se produce en estas situaciones clínicas es un discurso acerca del cuerpo pero sin cuerpo. Es un discurso frío, homogéneo, objetivado y objetivante, sin implicación subjetiva (sin afánisis subjetiva). No hay enigma: lo que es, es; lo que no es, no es. Es un discurrir de datos sobre un cuerpo que, como tal, no tiene cuerpo, no tiene relieve, no tiene carne ni sangre, sino que es un conglomerado de datos numéricos o gráficos, de cálculos probabilísticos, de signos indiscutibles. No suele aparecer nada del orden del "me parece que...". Es un discurso in-diferente y pragmático que no remite más que a sí mismo. Y a veces, ni siquiera es un discurso sino una mera sucesión de datos que no hacen serie. Si Lacan compara la estructura del discurso a una escritura musical polifónica, pentagramática, de varias líneas, en estas situaciones nos sentimos muchas veces entre la monodia y una secuencia inorgánica de ruidos.
Intentando seguir la vía de la pregunta por el qué, tomaré como ejemplar un relato clínico en el cual se presentan, llevadas al extremo, estas características. Me parece que, más allá de las cuestiones y seudo-cuestiones diagnósticas, puede enseñarnos algo. No tanto acerca de la psicopatología sino de la posición del analista.
Melanie Klein, en su texto "La importancia de la formación de símbolos en el desarrollo del yo" (1930) [3], nos relata el caso de Dick: "un niño de cuatro años que por la pobreza de su vocabulario y desarrollo intelectual estaba al nivel de un niño de 15 o 18 meses." M. Klein cuenta con detalles su experiencia con ese niño "empobrecido":
"...me siguió al consultorio con absoluta indiferencia,... como si yo fuera un mueble más ... El comportamiento de Dick carecía de sentido y propósito, y no tenía relación con ningún afecto o angustia".
(...)
"El niño era indiferente a la mayor parte de los objetos y juguetes que veía a su alrededor... Pero le interesaban los trenes y las estaciones, y también las puertas, los picaportes y abrir y cerrar puertas."
"El interés hacia esos objetos y acciones tenía un origen común: se relacionaba en realidad con la penetración del pene en el cuerpo materno.
"Su falta de interés...era el resultado de su falta de relación simbólica con las cosas ... El análisis tuvo, pues, que comenzar con esto, el obstáculo fundamental para establecer un contacto con él."
Es ante esta dificultad que M. Klein, con toda convicción, le lanza a Dick sus "interpretaciones": "Tren Papá, Tren Dick... : "La estación es mamita; Dick está entrando en mamita", etc. (pp.214 y ss.)
A partir de estas intervenciones, Dick deja de ser in-diferente. Se angustia, llama a su niñera. Poco más adelante, empieza a tener en cuenta a su analista. El mueble Klein se convierte en alguien con quien se puede jugar.
Las reflexiones de M. Klein son igualmente interesantes, dado que orillan la confesión:
"...en el caso de Dick he modificado mi técnica habitual. En general no interpreto el material hasta tanto éste no ha sido expresado a través de varias representaciones pero en este caso, en que la capacidad por medio de representaciones casi no existía, me vi obligada a interpretar en base a mis conocimientos generales."
Pero, ¿podemos llamar interpretaciones a esta modalidad de intervención que abre el camino para el establecimiento de la transferencia? [4]. La conclusión de Klein es interesante:
"En el análisis de este niño, que era absolutamente incapaz de hacerse inteligible y cuyo yo no era accesible a ninguna influencia, lo único que se podía hacer era tratar de llegar hasta su inconciente, y disminuyendo las dificultades inconcientes, abrir camino para el desarrollo del yo. ... en este caso se logró hacer evolucionar a la vez al yo y a la libido, sólo por el análisis de los conflictos inconcientes, y sin que fuese necesario imponer al yo ninguna influencia educacional." (El subrayado me pertenece).
Suponer un inconciente, que implica un saber no sabido, allí donde no parece haber ningún indicio de éste está lejos de ser una trivialidad. Tampoco es un recurso técnico, aunque sea el fundamento de cualquier "técnica" en la práctica psicoanalítica. Más bien nos enseña acerca de lo que es la posición del analista, en tanto "el analista forma parte del concepto de inconciente" (J. Lacan). Posición de "docta ignorancia", incompatible con cualquier atadura a cualesquiera "técnica", habitual o no.
J. Lacan, en el Seminario "Los escritos técnicos de Freud", comenta este modo de intervención:
"¡Hay que ver con que brutalidad Melanie Klein le enchufa al pequeño Dick el simbolismo! ...de entrada... Le suelta una verbalización brutal del mito edípico, casi tan escandalosa para nosotros como para cualquier lector: tú eres el pequeño tren, quieres cogerte a tu madre."
"Esta manera de actuar evidentemente se presta a polémicas teóricas que no pueden disociarse del diagnóstico del caso. Pero después de esta intervención indudablemente algo sucede. Todo radica allí."
"Melanie Klein, con ese instinto de bruto que le permitió alcanzar, por otro lado, una suma de conocimientos hasta entonces impenetrable, se atreve a hablarle: hablar a un ser que, sin embargo, se deja aprehender como alguien que, en el sentido simbólico del término, no responde. Está allí como si ella no existiese, como si ella fuese un mueble. Y, sin embargo, ella le habla. Ella literalmente da nombre a aquello que, sin duda, participa efectivamente del símbolo pues puede ser inmediatamente nombrado, pero que hasta entonces no era para ese sujeto, más que una realidad pura y simple."
"...¿Cómo es posible que el desarrollo del ego vuelva a abrir las puertas de la realidad? ¿Cuál es la función propia de la interpretación kleiniana, cuyas características son las de una intrusión, un enchapado del sujeto?"
...¨¿no es precisamente en la medida en que, digamos, Melanie Klein habla, que algo sucede? " (Los subrayados me pertenecen).
Que M. Klein le hable, pone en juego toda una serie de elementos. Por empezar, una creencia firme en lo que está diciendo, avalada por la teoría psicoanalítica pero más aún una creencia en el inconciente, que no es sólo teórica sino efecto de cierta experiencia - "el análisis es la experiencia del inconciente", decía Massotta. Por otra parte, la creencia en el poder estructurante del mito que allí se enuncia, la potencia estructurante de la articulación significante bajo la figuración del juego. Finalmente, cierta transferencia que se plante, que en este caso es claramente una transferencia de M. Klein a Dick: M. Klein le supone al juego de este niño "pobre" un cierto saber y supone también un sujeto para este saber, un sujeto que podrá salir de su indiferencia si ella se dirige a él, si le habla no acerca de su juego sino metiéndose en el juego con su palabra.
4. La ficción como suplemento
Entonces, podemos distinguir dos niveles en esta intervención: a) el contenido (el saber supuesto por la teoría), y b) el acto de hablarle, de dirigirse a este niño para contarle una historia tan espantosa como verosímil.
Podríamos decir que se trata de darle cuerpo a una ficción que permita construir lo ficcional de un cuerpo. No por el lado de poner un sentido o varios (el paciente muchas veces llega saturado de sentidos y de proporciones) sino de posibilitar que un discurso con cuerpo se construya. Construcción para la cual se requiere que algo quede en falta. Esto apunta a un más allá del sentido aunque tenga la apariencia de aportarlo. En todo caso lo que se puede aportar es algo del orden del mito, en tanto no unívoco y, a la vez, matriz de una posibilidad de historizar. El "enchapado" (que es simbólico, pero también imaginario) no es para taponar una falta (dado que la falta es a producir en el acto mismo) ni para "sostener" (en cierto sentido, no hubo caída, no hubo recorte) ni para reparar (no se puede rellenar un agujero de la realidad con palabras) sino para hacer un cuadro, para abrir un juego, instituir un escenario que no importa en absoluto que sea verdadero sino que sea verosímil [5]
Si como describíamos al comienzo, no es cuestión de comprender y no hay posibilidad de asociar, no hay lugar para la interpretación, entonces se trata de ficcionalizar.
La ficción opera como una discontinuidad, como un intervalo en la sucesión indefinida, un punto vacío que hace al establecimiento de un límite posibilitador. La ficción se sustrae de la omnisciencia del Otro, ubicando la intervención del analista algo de la mirada y de la voz, en tanto objetos, bajo una forma velada. Correlativamente, introduce una dimensión temporal, tanto en el sentido cronológico (posibilidad de inventarse un pasado) como en el sentido lógico (en relación a la posibilidad de una escansión y de una modalización del tiempo).
La ficción no es tanto una extracción ni tampoco un complemento, sino un suplemento que permite producir las coordenadas para plantear un "otro lugar", una otra escena en la que lo que es "fenómeno" clínico-nosológico pueda advenir en síntoma, esto es, pueda ser dicho y en ese decir implicar una subjetividad.
La teoría, cualquiera que sea, puede operar, o no, como una ficción "eficaz". Esto no depende de la teoría misma. Depende de como actúe el analista y desde dónde lo haga.
Lo que funda este acto está ligado a la función del deseo del analista, y es esto lo que hace la diferencia entre la cura shamánica y el tratamiento posible psicoanalítico. Porque el deseo del analista supone una ética, que es la que M. Klein enuncia: dirigirse al inconciente, no educar.
Esta modalidad de intervención parece requerir de cierta violencia, de cierto carácter intrusivo, abrupto, casi brutal. Implica, por parte del analista, cierta falta de respeto (no al paciente pero sí a la teoría) y también de que se pueda perder algo de tiempo (si no hay tiempo que perder, no se puede analizar). Se asemeja a una construcción, pero sólo en su cariz delirante (Freud), porque resalta en ella el valor y la función de lo narrativo.
El analista, presente en lo que dice, suscita un objeto que rescata al sujeto del desamparo ante el goce del Otro; el objeto - en función de semblante de objeto a - es mediación entre el sujeto y el Otro. Por eso no basta con la eficacia de lo simbólico, sino que esta requiere de un vehículo imaginario que haga puente con lo real de ese goce sin bordes.
Leonardo Leibson
[1] En este último sentido, se asemeja a un fenómeno elemental tal como, a partir de la psiquiatría (Kraepelin y de Clérambault), lo plantea Lacan.
[2] Philippe Julien, El Manto de Noé (Ensayo sobre la paternidad), Alianza Estudio, Buenos Aires, 1993, pág. 72.
[3] En Obras completas, T. 2, Paidós, Buenos Aires, 1978, pp. 209 y ss.
[4] Podemos evocar aquí, salvando las distancias nosológicas pero no en lo que hace a la función y al deseo del analista, las primeras intervenciones de Freud, "aleccionadoras", en el caso del Hombre de las Ratas, y también el relato casi oracular que le endosa a Juanito sobre el mito edípico
[5] Y, para que sea verosímil, debe estar planteado en alguna parte que hay disyunción entre saber y verdad, que hay distancia y mediación: esta alguna parte tiene que ver con el deseo del analista.
"Si no podemos ver claro, al menos veamos mejor las oscuridades"
S. Freud
1. En los límites de la nosología
Existe una discusión, actual y no agotada, acerca del valor y la función de la nosología en la práctica analítica. Aún así, son de uso habitual las categorías diagnósticas basadas en las diferencias estructurales que Freud señalara y Lacan formulara. Neurosis, perversión y psicosis se plantean como tres estructuras, discontinuas, fundamentales y excluyentes.
Pero es habitual que nos veamos confrontados a ciertos "fenómenos" que resultan difíciles de ubicar. No porque nos falten nombres para ponerles - hay numerosas grillas psico-patológicas donde ir a buscar; lo problemático es situar la dificultad que se suscita. Dificultad que deriva, en parte, de entender la nosología como un universo de discurso donde todo debería tener cabida y cobrar sentido y, por otra parte, del hecho de encontrar en el marco de aquellas estructuras ciertos fenómenos que desbordan la definición. Siendo éste no sólo un problema de clasificaciones - siempre más o menos arbitrarias, trátese del DSM IV o de la borgeana "Enciclopedia China" - sino de algo que interroga nuestro lugar de analistas.
Me refiero a ciertos "cuadros clínicos" que se presentan con más sombras que luces.
Forman parte de un grupo de problemas clínicos "actuales": el llamado fenómeno psicosomático, la anorexia, la bulimia, las adicciones, las llamadas "locuras", etc. Cuadros clínicos que no se adaptan al dispositivo analítico tal como fuera establecido en relación a la neurosis. Cuadros clínicos donde la asociación libre aparece impedida.
Afecciones que de una u otra manera atañen algo del cuerpo, que parecen no tener palabras y que se manifiestan respetuosas de la anatomía y la fisiología a diferencia de las conversiones histéricas. Afecciones que, en rigor, cabría preguntarse si son del cuerpo en tanto cuerpo erógeno, o del soma - lo orgánico; estas afecciones se presentan como "extraños en el cuerpo", por fuera de la imagen; más precisamente, como cadáveres insepultos en el terreno del cuerpo (se ahí lo de soma, término con el que los antiguos griegos designaban el cadáver, los restos mortales).
Afecciones que no aparecen para quien se ve afectado como interrogantes sino como signos que lo representan para un profesional; no hay implicación del sujeto en eso que le pasa. Por lo tanto, ese fenómeno aparece como desconectado de toda red asociativa, resistente a toda dialéctica [1]. Afecciones que no son tocadas por la interpretación analítica porque no tienen estructura de metáfora - aunque puedan muchas veces verse ahí, realizadas, maravillosas analogías.
2. Un problema clásicamente actual
Estas afecciones se caracterizan también porque se torna altamente problemático la apertura de un tiempo para comprender. El motivo de consulta participa de la lógica del instante de la mirada: todo está a la vista, se sabe al instante de qué se trata. El sujeto que ahí se estructura es el sujeto del impersonal "se" (se sabe, se sufre, etc.).
Entre otras cosas, se dice que estos pacientes no establecen transferencia, al menos no con un analista, al menos no de entrada. Reencontramos aquí algo que Lacan decía de los psicóticos: son aquellos que no concurren a consultar a un analista. Porque no hay llamado a un sujeto supuesto saber, dado que ya hay un saber que no está en disyunción con la verdad (el saber médico, el saber de la droga, el saber de la alucinación o del delirio). Por eso, no hay pregunta, o mejor dicho la pregunta está trastrocada. Ph. Julien tiene lo dice de una manera que me parece que señala con notable claridad el problema de la pregunta:
"El malestar proviene del desafío que hoy le plantean al hombre el nacimiento y el desarrollo irreversible de la civilización científica...
"Este discurso técnico-científico ordena un universo abstracto en donde el sujeto se olvida de sí mismo y pierde el sentido particular de su existencia y de su muerte. El interrogante fundamental acerca de "¿qué soy yo, entonces?" es reemplazado por la preocupación del "¿cómo hacer esto?"[2].
Esto concuerda con una descripción que ya es clásica: el paciente llega, la mayor parte de las veces derivado o impulsado por su médico, cuenta su enfermedad, los estudios que le han realizado, los diagnósticos que le han hecho, en una declaración que es más un informe que un relato, informe de datos objetivos, comprobables, irrebatibles; y culminan diciendo: "mi médico me dice que esto que tengo (no dice: esto que me pasa) es "psicosomático", por eso vengo. Ahora, dígame usted qué hago para curarme". Si se intenta plantear algo del orden de la asociación libre, la respuesta habitual es: "nada, no se me ocurre nada". Si se pretendiera hacer una interpretación, medida y reflexivamente, lo más posible es que la respuesta sea la indiferencia más absoluta.
Nos interesa plantear un problema que, más allá de la nosología, es un problema ético: ¿Cómo puede ubicarse un analista ante estos cuadros en lo que todo está a la vista, en los que no hay formaciones del inconciente, en los que no hay síntoma en el sentido analítico del término? Freud afirmaba que las neurosis actuales y las neurosis narcisistas no eran accesibles para el tratamiento analítico, aunque podían ser objeto de estudio. Si bien esas designaciones freudianas no recubren completamente los cuadros que mencionamos, se aproximan lo suficiente como para que interroguemos nuestra posición frente a ellos.
Porque, por otra parte, la "literatura" analítica presenta muchos de estos casos en los que se producen "curaciones", parciales o totales, muchas de las cuales podrían ser calificadas de milagrosas.
Pero este no debería ser un argumento suficiente, dado que las medicinas llamadas alternativas también pueden mostrar numerosos ejemplos de su eficacia terapéutica. Los shamanes, por dar un nombre genérico, curan; los analistas también curan; hasta los mismos médicos pueden llegar a ostentar sus casos curados. Entonces, dos preguntas: ¿qué es lo que opera ahí? y ¿cuáles son las diferencias entre estas "curas", suponiendo que las haya?
Para no recaer en la peligrosa ingenuidad de recetas milagrosas, o en generalizaciones apresuradas, intentemos dar algunos rodeos que nos permitan plantear direcciones de trabajo.
3. El cuerpo de la ficción
Seguramente, las dificultades que se presentan en los inicios de cualquier análisis no son del todo ajenas a lo que venimos planteando. Pero creemos que una diferencia interesante la establece lo presente del cuerpo-organismo y su característica de urgencia.
A modo de metáfora (pero no tanto) o de paradoja, podemos plantear que el que se produce en estas situaciones clínicas es un discurso acerca del cuerpo pero sin cuerpo. Es un discurso frío, homogéneo, objetivado y objetivante, sin implicación subjetiva (sin afánisis subjetiva). No hay enigma: lo que es, es; lo que no es, no es. Es un discurrir de datos sobre un cuerpo que, como tal, no tiene cuerpo, no tiene relieve, no tiene carne ni sangre, sino que es un conglomerado de datos numéricos o gráficos, de cálculos probabilísticos, de signos indiscutibles. No suele aparecer nada del orden del "me parece que...". Es un discurso in-diferente y pragmático que no remite más que a sí mismo. Y a veces, ni siquiera es un discurso sino una mera sucesión de datos que no hacen serie. Si Lacan compara la estructura del discurso a una escritura musical polifónica, pentagramática, de varias líneas, en estas situaciones nos sentimos muchas veces entre la monodia y una secuencia inorgánica de ruidos.
Intentando seguir la vía de la pregunta por el qué, tomaré como ejemplar un relato clínico en el cual se presentan, llevadas al extremo, estas características. Me parece que, más allá de las cuestiones y seudo-cuestiones diagnósticas, puede enseñarnos algo. No tanto acerca de la psicopatología sino de la posición del analista.
Melanie Klein, en su texto "La importancia de la formación de símbolos en el desarrollo del yo" (1930) [3], nos relata el caso de Dick: "un niño de cuatro años que por la pobreza de su vocabulario y desarrollo intelectual estaba al nivel de un niño de 15 o 18 meses." M. Klein cuenta con detalles su experiencia con ese niño "empobrecido":
"...me siguió al consultorio con absoluta indiferencia,... como si yo fuera un mueble más ... El comportamiento de Dick carecía de sentido y propósito, y no tenía relación con ningún afecto o angustia".
(...)
"El niño era indiferente a la mayor parte de los objetos y juguetes que veía a su alrededor... Pero le interesaban los trenes y las estaciones, y también las puertas, los picaportes y abrir y cerrar puertas."
"El interés hacia esos objetos y acciones tenía un origen común: se relacionaba en realidad con la penetración del pene en el cuerpo materno.
"Su falta de interés...era el resultado de su falta de relación simbólica con las cosas ... El análisis tuvo, pues, que comenzar con esto, el obstáculo fundamental para establecer un contacto con él."
Es ante esta dificultad que M. Klein, con toda convicción, le lanza a Dick sus "interpretaciones": "Tren Papá, Tren Dick... : "La estación es mamita; Dick está entrando en mamita", etc. (pp.214 y ss.)
A partir de estas intervenciones, Dick deja de ser in-diferente. Se angustia, llama a su niñera. Poco más adelante, empieza a tener en cuenta a su analista. El mueble Klein se convierte en alguien con quien se puede jugar.
Las reflexiones de M. Klein son igualmente interesantes, dado que orillan la confesión:
"...en el caso de Dick he modificado mi técnica habitual. En general no interpreto el material hasta tanto éste no ha sido expresado a través de varias representaciones pero en este caso, en que la capacidad por medio de representaciones casi no existía, me vi obligada a interpretar en base a mis conocimientos generales."
Pero, ¿podemos llamar interpretaciones a esta modalidad de intervención que abre el camino para el establecimiento de la transferencia? [4]. La conclusión de Klein es interesante:
"En el análisis de este niño, que era absolutamente incapaz de hacerse inteligible y cuyo yo no era accesible a ninguna influencia, lo único que se podía hacer era tratar de llegar hasta su inconciente, y disminuyendo las dificultades inconcientes, abrir camino para el desarrollo del yo. ... en este caso se logró hacer evolucionar a la vez al yo y a la libido, sólo por el análisis de los conflictos inconcientes, y sin que fuese necesario imponer al yo ninguna influencia educacional." (El subrayado me pertenece).
Suponer un inconciente, que implica un saber no sabido, allí donde no parece haber ningún indicio de éste está lejos de ser una trivialidad. Tampoco es un recurso técnico, aunque sea el fundamento de cualquier "técnica" en la práctica psicoanalítica. Más bien nos enseña acerca de lo que es la posición del analista, en tanto "el analista forma parte del concepto de inconciente" (J. Lacan). Posición de "docta ignorancia", incompatible con cualquier atadura a cualesquiera "técnica", habitual o no.
J. Lacan, en el Seminario "Los escritos técnicos de Freud", comenta este modo de intervención:
"¡Hay que ver con que brutalidad Melanie Klein le enchufa al pequeño Dick el simbolismo! ...de entrada... Le suelta una verbalización brutal del mito edípico, casi tan escandalosa para nosotros como para cualquier lector: tú eres el pequeño tren, quieres cogerte a tu madre."
"Esta manera de actuar evidentemente se presta a polémicas teóricas que no pueden disociarse del diagnóstico del caso. Pero después de esta intervención indudablemente algo sucede. Todo radica allí."
"Melanie Klein, con ese instinto de bruto que le permitió alcanzar, por otro lado, una suma de conocimientos hasta entonces impenetrable, se atreve a hablarle: hablar a un ser que, sin embargo, se deja aprehender como alguien que, en el sentido simbólico del término, no responde. Está allí como si ella no existiese, como si ella fuese un mueble. Y, sin embargo, ella le habla. Ella literalmente da nombre a aquello que, sin duda, participa efectivamente del símbolo pues puede ser inmediatamente nombrado, pero que hasta entonces no era para ese sujeto, más que una realidad pura y simple."
"...¿Cómo es posible que el desarrollo del ego vuelva a abrir las puertas de la realidad? ¿Cuál es la función propia de la interpretación kleiniana, cuyas características son las de una intrusión, un enchapado del sujeto?"
...¨¿no es precisamente en la medida en que, digamos, Melanie Klein habla, que algo sucede? " (Los subrayados me pertenecen).
Que M. Klein le hable, pone en juego toda una serie de elementos. Por empezar, una creencia firme en lo que está diciendo, avalada por la teoría psicoanalítica pero más aún una creencia en el inconciente, que no es sólo teórica sino efecto de cierta experiencia - "el análisis es la experiencia del inconciente", decía Massotta. Por otra parte, la creencia en el poder estructurante del mito que allí se enuncia, la potencia estructurante de la articulación significante bajo la figuración del juego. Finalmente, cierta transferencia que se plante, que en este caso es claramente una transferencia de M. Klein a Dick: M. Klein le supone al juego de este niño "pobre" un cierto saber y supone también un sujeto para este saber, un sujeto que podrá salir de su indiferencia si ella se dirige a él, si le habla no acerca de su juego sino metiéndose en el juego con su palabra.
4. La ficción como suplemento
Entonces, podemos distinguir dos niveles en esta intervención: a) el contenido (el saber supuesto por la teoría), y b) el acto de hablarle, de dirigirse a este niño para contarle una historia tan espantosa como verosímil.
Podríamos decir que se trata de darle cuerpo a una ficción que permita construir lo ficcional de un cuerpo. No por el lado de poner un sentido o varios (el paciente muchas veces llega saturado de sentidos y de proporciones) sino de posibilitar que un discurso con cuerpo se construya. Construcción para la cual se requiere que algo quede en falta. Esto apunta a un más allá del sentido aunque tenga la apariencia de aportarlo. En todo caso lo que se puede aportar es algo del orden del mito, en tanto no unívoco y, a la vez, matriz de una posibilidad de historizar. El "enchapado" (que es simbólico, pero también imaginario) no es para taponar una falta (dado que la falta es a producir en el acto mismo) ni para "sostener" (en cierto sentido, no hubo caída, no hubo recorte) ni para reparar (no se puede rellenar un agujero de la realidad con palabras) sino para hacer un cuadro, para abrir un juego, instituir un escenario que no importa en absoluto que sea verdadero sino que sea verosímil [5]
Si como describíamos al comienzo, no es cuestión de comprender y no hay posibilidad de asociar, no hay lugar para la interpretación, entonces se trata de ficcionalizar.
La ficción opera como una discontinuidad, como un intervalo en la sucesión indefinida, un punto vacío que hace al establecimiento de un límite posibilitador. La ficción se sustrae de la omnisciencia del Otro, ubicando la intervención del analista algo de la mirada y de la voz, en tanto objetos, bajo una forma velada. Correlativamente, introduce una dimensión temporal, tanto en el sentido cronológico (posibilidad de inventarse un pasado) como en el sentido lógico (en relación a la posibilidad de una escansión y de una modalización del tiempo).
La ficción no es tanto una extracción ni tampoco un complemento, sino un suplemento que permite producir las coordenadas para plantear un "otro lugar", una otra escena en la que lo que es "fenómeno" clínico-nosológico pueda advenir en síntoma, esto es, pueda ser dicho y en ese decir implicar una subjetividad.
La teoría, cualquiera que sea, puede operar, o no, como una ficción "eficaz". Esto no depende de la teoría misma. Depende de como actúe el analista y desde dónde lo haga.
Lo que funda este acto está ligado a la función del deseo del analista, y es esto lo que hace la diferencia entre la cura shamánica y el tratamiento posible psicoanalítico. Porque el deseo del analista supone una ética, que es la que M. Klein enuncia: dirigirse al inconciente, no educar.
Esta modalidad de intervención parece requerir de cierta violencia, de cierto carácter intrusivo, abrupto, casi brutal. Implica, por parte del analista, cierta falta de respeto (no al paciente pero sí a la teoría) y también de que se pueda perder algo de tiempo (si no hay tiempo que perder, no se puede analizar). Se asemeja a una construcción, pero sólo en su cariz delirante (Freud), porque resalta en ella el valor y la función de lo narrativo.
El analista, presente en lo que dice, suscita un objeto que rescata al sujeto del desamparo ante el goce del Otro; el objeto - en función de semblante de objeto a - es mediación entre el sujeto y el Otro. Por eso no basta con la eficacia de lo simbólico, sino que esta requiere de un vehículo imaginario que haga puente con lo real de ese goce sin bordes.
Leonardo Leibson
[1] En este último sentido, se asemeja a un fenómeno elemental tal como, a partir de la psiquiatría (Kraepelin y de Clérambault), lo plantea Lacan.
[2] Philippe Julien, El Manto de Noé (Ensayo sobre la paternidad), Alianza Estudio, Buenos Aires, 1993, pág. 72.
[3] En Obras completas, T. 2, Paidós, Buenos Aires, 1978, pp. 209 y ss.
[4] Podemos evocar aquí, salvando las distancias nosológicas pero no en lo que hace a la función y al deseo del analista, las primeras intervenciones de Freud, "aleccionadoras", en el caso del Hombre de las Ratas, y también el relato casi oracular que le endosa a Juanito sobre el mito edípico
[5] Y, para que sea verosímil, debe estar planteado en alguna parte que hay disyunción entre saber y verdad, que hay distancia y mediación: esta alguna parte tiene que ver con el deseo del analista.